Capítulo 9

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MARATÓN 3/3

Paio recorrió con el pulgar una de las comisuras de mi boca. Sabía a chocolate. Lo saboreé a él también.

Así fue como nos encontró Bruno, tocándonos. Un gesto inocente que no significaba nada. Sin embargo, yo retrocedí de inmediato. No así Paio.

—Bruno —dijo—. ¿Cómo te ha ido?

Entonces sucumbieron a una lluvia de palmaditas en la espalda e insultos. Dos hombres hechos y derechos pasaron a comportarse como dos adolescentes delante de mis ojos. Paio agarró a Bruno por el cuello y le frotó el pelo con los nudillos hasta que mi esposo se irguió, el rostro colorado y los ojos brillantes de tanto reír.

Los dejé con sus saludos y fui a darme una ducha. Abrí el grifo del agua fría y me quedé debajo del chorro, con la boca abierta, para intentar borrar el sabor del amigo de la infancia de mi marido.

***

La señora Sainz Micheli suele mirarte como si hubiera percibido un olor desagradable, pero fuera demasiado educada para decirlo. Estoy acostumbrada a que me dedique el gesto, los labios cuidadosamente fruncidos y los orificios nasales ensanchados con delicadeza. Supuse que en aquella ocasión también estaba dedicado a mí, hasta que vi que algo llamaba su atención más allá de mi hombro.

Me había propuesto sonreír y asentir con la cabeza, sin pararme a escuchar sus comentarios durante la cena, sobre cómo la había preparado, cuánto servir, dónde sentar a cada uno. De manera que al oír que tartamudeaba, como si fuera una muñeca a la que no se le ha dado bien cuerda porque tiene la llave oxidada, me volví y seguí su mirada con la mía.

—Hola, señora Micheli.

Alex también se había duchado y se había puesto un pantalón negro y una camisa de seda. Cualquiera diría que iba muy arreglado, pero en él no lo parecía. Se acercó con una sonrisa a mi suegra y aceptó esa especie de abrazo y beso en la mejilla que se empeña en dar cuando nos vemos, aunque detesto los abrazos que se dan por compromiso.

—Pablo —contestó ella con un tono tan rígido como su espalda, pero inclinó la cabeza y aceptó el beso que le dio él en la mejilla— Hacía tiempo que no te veíamos.

Su tono dejaba claro que no lo había echado de menos. Pablo no pareció ofenderse. Se limitó a estrecharles la mano al padre y las hermanas de Bruno.

—Bruno no me comentó que hubieras vuelto —continuó la mamá de mi marido, como si el hecho de que Bru no se lo hubiera dicho implicara que no podía ser cierto.

—Hacía tiempo, sí. He vendido mi empresa y necesitaba encontrar un lugar en el que quedarme unos días. Estaré por aquí unas semanas.

Envidié la manera en que Paio sabía jugar con ella. Una respuesta despreocupada que desmentía el hecho de que sabía exactamente qué era lo que le interesaba averiguar a ella y él no estaba dispuesto a proporcionarle. Mi opinión sobre Pablo Rodríguez subió un punto.

Mi suegra miró por encima del hombro de Paio a Bruno, que estaba jugando a lanzar al aire a una de sus sobrinitas.

— ¿Vas a quedarte aquí? ¿Con Bruno y Micaela?

—Sí —contestó él con una sonrisa de oreja a oreja, las manos en los bolsillos, balanceándose sobre los talones.

Mi suegra me miró. —Qué... bien.

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