No llegué a averiguarlo porque para cuando los dos se hubieron vestido, Pablo parecía haber olvidado sus intenciones de mostrarme físicamente su agradecimiento.
Ninguno estaba cansado después de la cena y el baño, aunque yo tenía que taparme la boca para ocultar los bostezos. Bruno me estrechó contra él en la tumbona y nos tapó a los dos con una mantita para protegernos del frío del lago. Había comprado unas mechas aromatizadas para la estufa que desprendían una fragancia amaderada.
—Pues a mí me huele a culo —dijo mi marido— A culo sudado.
Paio hizo una mueca de mofa. — ¿Y cómo sabes tú eso?
Yo había levantado los pies a la tumbona para tapármelos y que no se me enfriaran. El hombro de Bru era una almohada demasiado dura, pero apoyé la mejilla en él de todos modos. De esa forma estaba cerca de él y podía ver a Paio al mismo tiempo.
—Sí, Bruno. Quiero oír la respuesta a eso.
Bajo la manta, su mano se deslizó entre mis muslos. Tenía los dedos un poco fríos, pero enseguida se le caldearon.
—Es una forma de decir que no huele a nada «fresco» como reza el paquete. Oye, Pai, dame uno —Bruno señaló el paquete de cigarrillos de su amigo.
Éste se lo lanzó. Bruno sacó uno y me lo tendió. — ¿Mi?
Le lancé una de mis miradas que él mismo había bautizado como «qué coño haces». Efectivamente, con la mirada pretendía decirle qué coño hacía ofreciéndome un cigarro.
—Deja que lo adivine... — Pablo inhaló y retuvo el humo— No fumas.
—No fumo, no. Y Bruno tampoco, ¿verdad? —me senté, poniendo algo de distancia entre nosotros.
—Sólo cuando bebo, cariño —encendió el cigarrillo y dio una calada, pero soltó el humo en medio de un pequeño acceso de tos.
— ¡Ja! Serás mariquita —Paio sonrió de oreja a oreja y exhaló un anillo de humo.
Intercambiaron una nueva salva de insultos y, para mi alivio, Bruno apagó el cigarrillo sin dar más caladas. Me atrajo hacia sí, deslizó la mano por debajo de mi brazo y la ahuecó contra mi pecho. Empezó a estimularme el pezón con el pulgar, hasta que éste se endureció. Me besó en la sien y no despegó los labios durante un rato.
Frente a nosotros, Paio permanecía en una sombra iluminada por la brasa ocasional de su cigarrillo cada vez que inhalaba y la luz procedente de la ventana de la cocina. Bru y él habían ido a la par en las botellas que habían bebido. Se llevó otra a los labios.
—No nadas. No bebes. Tampoco fumas —dijo con voz ronca—. ¿Qué es lo que sí haces, Micaela?
—Ésa soy yo. Una buena chica —no era verdad. O no sentía que fuera verdad.
—Igual que Bruni —Paio apoyó los pies en el borde de nuestra tumbona, uno entre los pies de mi esposo y el otro junto a los míos. Sus pies tensaron la manta enredándose alrededor de nuestros talones.
— ¿Por qué lo llamas Bruni?
Bajo la manta, mi marido continuaba con su lenta caricia. Había penetrado bajo mi camiseta, acariciando el perfil de mi sujetador de encaje. Yo fingía no darme cuenta, aunque era algo imposible de ignorar.
— ¿Por qué no lo haces tú?
No me parecía justo que, pese a estar los dos bebidos, fuera yo la que no tenía una respuesta ingeniosa.
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Tentación
FanfictionSoy Micaela, tengo todo lo que una mujer podría desear. Mi marido, Bruno Sainz Micheli. Una casa en el lago. Mi vida. Nuestra vida perfecta. Y de repente Pablo Rodríguez vino a hacernos una visita... La primera vez que vi al mejor amigo de mi marido...