Capítulo 24

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Tarde bastante en llegar a casa. Tenía muchas cosas en las que pensar. Cuando al fin llegué, el olor acre a puro me hizo estornudar. Oí rumor de carcajadas procedentes del cuarto de estar y hacia allí me dirigí. Me quedé mirándolos desde la puerta sin que se percataran de mi presencia.

Estaban jugando a las cartas. Bruno, con pantalón de pijama y camiseta, sujetaba un puro entre los dientes mientras repartía una mano en la mesa de centro situada entre ambos. Paio estaba en el sofá con un vaso en una mano y las cartas en la otra, vestido con esos vaqueros condenadamente sexys y una camisa de vestir abierta. Su puro se consumía en un improvisado cenicero a partir de un llavero de cerámica. Las ventanas abiertas y al ventilador habían evitado que el humo se acumulara en exceso, pero el olor de los puros era fuerte en todo caso y me picaba la garganta. Encima de la mesa había, además, una botella verde de lo que parecía ser vino junto con una cucharilla y una caja de azucarillos.

—Jotas de corazones y jotas de picas —dijo mi esposo sin soltar el puro, cuadrando su mano de cartas antes de extenderlas sobre la mesa.

— ¿Es que alguna vez llevas otra cosa? —Pablo apuró lo que quedaba en su vaso.

No parecía vino— No hay vez que no saques las dichosas jotas de corazones y de picas desde que te enseñe a jugar al póquer.

Del cosquilleo en la garganta pase a la tos. Los dos se volvieron hacia mí y una perezosa sonrisa brotó de sus labios. Viéndolos allí juntos, se percibían las diferencias. No eran idénticos, tal como había pensado.

—Bienvenida a casa —dijo Bru quitándose el cigarro de entre los dientes— Ven aquí.

Yo fui, rodeando los cojines y el periódico que estaban tirados por el suelo hasta el sofá. Me incliné para darle un beso. Sabía a puro y a licor.

— ¿Qué estáis bebiendo?

A aquella distancia también podía olerlo. Anís. Tenían los ojos brillantes y un poco rojos.

Bruno se rió y apartó la vista de la mía. —Umm... absenta.

Yo miré la botella. La etiqueta tenía un hada con un vestido verde.

— ¿Como en Moulin Rouge? ¿Estáis bebiendo absenta?

Levanté la botella mientras los dos se reían como niños a los que hubieran pillado con las manos en la masa, aunque fueran perfectamente conscientes de que su encanto natural les evitaría cualquier problema. Miré la cucharilla, el azúcar y el encendedor.

Miré a Pablo. — ¿No es ilegal?

—Es ilegal venderla, no beberla.

—Pero... ¿no está hecha de ajenjo? Quiero decir que... ¿la absenta no es venenosa? —le entregué a Paio la botella cuando me tendió la mano.

Sirvió una pequeña cantidad de líquido de color verde vivo y colocó un par de azucarillos en la cucharilla. Metió un dedo en la absenta, dejó caer unas cuantas gotas sobre el azúcar y encendió el mechero debajo. Salió una llama azul. El azúcar empezó a derretirse. Tomó una jarra del suelo, que yo no había visto hasta el momento, y la vertió sobre el azúcar, que se disolvió por completo. El líquido verde del vaso se volvió blanquecino como la leche. Lo hizo girar en el vaso y me lo tendió.

—Prueba.

—No bebe —dijo mi marido, a pesar de que yo ya tenía el vaso en la mano.

—Lo sé —dijo Paio, reclinándose en el sofá.

Los dos me miraron. Bru con curiosidad, como expectante; la expresión de Paio era inescrutable. Hice girar el líquido en el vaso.

— ¿Qué efecto tiene? ¿Te pone eufórico?

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