Capítulo 37

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Maratón 2/3

Las cosas buenas, por su naturaleza, no duran para siempre. Eso es lo que nos produce una pena indeleble. Paio se fue a la mañana siguiente. La única señal de que hubiera estado allí era el montón de toallas usadas en el cesto de la ropa sucia y su olor en las almohadas de la habitación de invitados. Bruno ya se había ido a trabajar.

La casa estaba en silencio. Nadie me oiría aunque llorara, pero aun así, me tapé la cara con una almohada para silenciar el llanto. Aspiré su aroma durante largo rato antes de deshacer la cama y lavar las sábanas, borrar la última huella de su presencia.

Pedí comida china para cenar y la dejé en la encimera para que la viera Bruno cuando llegara. Me fui a la cama pronto, exhausta después de haberme pasado el día fregando los suelos de rodillas, limpiando con lejía la cubierta de madera de la terraza, limpiando el frigorífico. Me había entretenido en hacer las tareas que llevaba posponiendo desde hacía semanas. No sirvió de nada.

No podía dormir. Bruno se acostó un poco después, en una cama que olía solamente a suavizante de la ropa. Se acababa de duchar y estaba aún un poco mojado. Me rodeó con los brazos, vacilante, y yo rodé hacia él, apoyando el rostro en su cómodo torso desnudo.

— ¿Qué ocurrió anoche? —me preguntó en un susurro, como si temiera que algo pudiera romperse si hablaba demasiado alto.

—Le dije que tenía que irse —mentí con la misma facilidad con que decía otras mentiras—. Y se ha ido.

Me pregunté si querría saber algo más, si me lo discutiría. Lo único que hizo fue suspirar y abrazarme más fuerte. Yo no dije nada más. Al cabo de unos minutos, sus caricias dejaron de ser vacilantes para pasar a ser posesivas. Las caricias que tan bien conocía me resultaban extrañas. Con un solo par de manos, una sola boca, un solo cuerpo a mi lado, tenía la sensación de que faltaba algo.

Hicimos el amor de la forma más torpe. Nada exótico ni complicado, nada nuevo, y aun así nos movíamos con torpeza. Buscó mi boca con la suya y yo volví la cabeza. Bruno me penetró de forma tan profunda que empezó a escocerme. Mis quejas involuntarias podrían haberse confundido con grititos de placer, de no ser porque brotaban entre mis dientes apretados, y cuando le clavé las uñas en la espalda no fue llevada por la pasión. Se corrió dentro de mí con un gruñido, se derrumbó sobre mí y aguardó unos minutos antes de levantarse.

Yo esperé a oír el ritmo de su respiración que indicaba que se había dormido para rodar hacia el otro lado. Me quedé mirando la oscuridad de la noche, deseando que hubiera sido yo la que le hubiera dicho a Paio que se fuera.

***

Clara miró a su alrededor en la sala de espera mientras yo me sentaba. Dio una vuelta al revistero lleno de folletos sobre servicios sociales en la ciudad, adopción, pruebas médicas que se hacían durante el embarazo y otros temas relacionados. Se detuvo en un folleto arrugado del centro de adopciones Lamb's Wool, y al final lo sacó de un tirón.

Se sentó a mi lado y lo abrió.

— ¿Cómo es que la mayoría de las organizaciones de adopción son religiosas?

—No sé. Tal vez porque no aprueban el aborto y prefieren ofrecer una alternativa a las mujeres.

Yo había elegido una revista de cotilleos antigua, pero los artículos no me interesaban mucho.

Clara resopló y pasó la página.

—Aquí dice que colocarán a tu «pequeña bendición» con una «familia cristiana» de la zona. ¿Y que pasa con las familias que no lo son? ¿No merecen el derecho a adoptar un niño?

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