Capítulo 5

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- ¿Eres un canalla de verdad?

-Un canalla harapiento que no deja de dar vueltas y más vueltas alrededor de la escarpada roca del poema.

Su respuesta me pilló por sorpresa y lancé una carcajada. Era perfectamente consciente del trasfondo de sensualidad, de su sutil forma de flirtear y de mi respuesta a ella. Miré hacia la cocina donde Bruno terminaba de lavar los platos. Ni siquiera nos estaba prestando atención, era como si no le importara lo que pudiera estar hablando con su amigo. Yo habría estado escuchando a escondidas.

-Los amigos de Bruno... -dije yo.

- ¿Conque es eso? Pero estoy seguro de que Bruni no tiene más amigos como yo.

- ¿Canallas, quieres decir? No. Probablemente no. Algún sinvergüenza y uno o dos idiotas. Pero ningún otro canalla.

Me gustaba cómo se reía. Su risa era cálida, viscosa y nada pretenciosa. Más interferencias. Se oía una suave música y un murmullo de conversación, pero no podría decir con seguridad si se trataba de ruido de fondo o sonidos que se filtraban en la línea.

- ¿Dónde estás, Pablo?

-En Alemania. He venido a visitar a unos amigos uno o dos días. De ahí viajare a Amsterdam y después a Londres, y de allí a Estados Unidos.

-Qué cosmopolita -comenté, con cierta envidia. Yo no había salido de Norteamérica.

La carcajada de Paio era rasposa. -Vivo sin deshacer el equipaje y no sé ni dónde estoy, a causa del jet-lag. Mataría por un sándwich de mortadela, lechuga y mayonesa con pan blanco.

- ¿Intentas darme lástima?

-De una manera vergonzosa, sí.

-Me aseguraré de llenar la despensa de mortadela y pan blanco -contesté, sintiendo de pronto que la perspectiva de tenerlo en casa ya no me molestaba como antes.

-Mica -dijo él tras una pausa-, eres una diosa entre todas las mujeres.

-Eso me dicen.

-En serio. Dime qué quieres que te lleve de Europa.

El cambio en el tono de la conversación me pilló por sorpresa.

-No quiero nada.

- ¿Chocolate? ¿Salchichas? ¿Melaza? ¿Qué? Te aviso de que pasar heroína, marihuana o prostitutas en Amsterdam tal vez me dé algún que otro problema. Será mejor que me pidas algo legal.

-De verdad, Pablo, no hace falta que me traigas nada.

-Claro que voy a llevarte algo. Si no me das ninguna pista de lo que puede ser, se lo preguntaré a Bru.

-Yo diría que melaza -le dije-. Aunque no sé muy bien qué es... ¿lo sacan de un pozo?

Él se rió. -No. Se vende en tarros como los de la mermelada.

-Tráeme uno de ésos.

-Ya veo. Eres una mujer a la que le gusta vivir peligrosamente. No me extraña que Bru se casara contigo.

-Creo que tuvo más de una razón.

Me di cuenta de que no me estaba moviendo, que llevaba unos minutos charlando tranquilamente. Estaba tan absorta en las palabras de Pablo que no me había hecho falta enfrascarme en otra tarea a la vez. Eché otro vistazo a la cocina, pero Bruno había desaparecido. Oí el murmullo de la televisión en el cuarto de estar.

-Sentí mucho no poder asistir a vuestra boda. Me dijeron que la celebración fue todo un éxito.

- ¿Quién te lo dijo? ¿Bruno?

Una pregunta estúpida. ¿Quién si no? El problema era que mi marido no me había comentado que estuvieran en contacto. Me había hablado con frecuencia del que fuera su mejor amigo en el instituto; no se había extendido tanto con el asunto por el que se habían separado. Tenía otros amigos... pero íbamos a casarnos, y tengo la costumbre de intentar arreglar las cosas. Fui yo la que puso el nombre de Pablo en la lista, sin saber siquiera si la dirección que había encontrado en la antigua libreta de direcciones de Bruno era la correcta. Pensé que lo que hubiera ocurrido entre ellos podría arreglarse con un poco de ayuda. No me sorprendió que Paio se excusara por no poder asistir, pero, al menos, yo lo había intentado. Parecía que mis intentos habían tenido un resultado más positivo del que imaginaba.

-Sí.

-Fue una boda muy bonita -dije-. Una pena que no pudieras venir, pero ahora podremos disfrutar de una larga visita.

-Bruno me mandó algunas fotos. Se los veía muy felices.

- ¿Te envió fotos? ¿De nuestra boda? -miré hacia la repisa de la chimenea, a la foto enmarcada de nuestra boda seis años atrás. Siempre he tenido la duda de cuánto tiempo es aceptable mostrar fotos de boda. Supongo que hasta que empiecen a llegar las fotos de los niños.

-Sí.

Eso también me sorprendió. Yo había enviado fotos a algunos de mis amigos que no habían podido asistir, pero... bueno, eran mujeres. Las chicas hacían esas cosas, se reían con las fotos y enviaban largos e-mails.

-Bueno... -me detuve en un silencio incómodo-. ¿Cuándo llegas entonces?

-Me falta cerrar algunas cosas con la compañía aérea. Ya se lo diré a Bruni.

-Claro. ¿Quieres hablar con él?

-Le enviaré un e-mail.

-Como quieras. Se lo diré.

-Bueno, Mica, son más de las dos de la mañana aquí. Me voy a la cama. Hablaremos pronto.

-Adiós, Paio... -y colgó sin dejarme terminar, mirando sorprendida el auricular.

Que estuviera en contacto con Bruno no tenía nada de raro. La amistad entre los hombres no era como la de las mujeres. Mi marido no me había dicho que hubiera hablado con él, pero eso no significaba que quisiera guardarlo en secreto. Significaba, sencillamente, que no le había parecido lo suficientemente importante como para compartirlo conmigo. De hecho, debería alegrarme que hubieran resuelto sus diferencias. Sería divertido conocer al amigo de Bruno, Pablo, el canalla harapiento que no dejaba de dar vueltas y más vueltas alrededor de la escarpada roca del poema. El que me había prometido dulces del País de las Maravillas. El que llamaba Bruni a mi marido en vez de Bruno. El hombre del que Bruno siempre había hablado en pasado.


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