No coincidí mucho con Paio durante los siguientes días. Su nuevo negocio, fuera lo que fuera, lo obligaba a salir de casa antes de que yo me levantara y a regresar, algunas veces, después que me hubiera acostado. Sabía que estaba en contacto con Bruno, pero yo no le preguntaba. Era un tema delicado. Me daba la sensación de que había respuestas a preguntas que no quería hacer, aunque sabía que mi marido quería responder.
Casi me había acostumbrado a pensar que tenía la casa para mí sola otra vez cuando Paio llegó una tarde y se sentó en la terraza a leer. Podría haber estado limpiando o haciendo cosas para la fiesta de aniversario de mis padres, que íbamos a celebrar en agosto, pero en su lugar había decidido tumbarme al sol ahora que aún no calentaba demasiado a leer mientras me tomaba una limonada.
—Hola.
Se detuvo junto al marco de la puerta un momento antes de salir a la terraza. Se había aflojado la corbata, pero, aun así, estaba muy elegante con el traje.
—Hola —contesté yo, haciéndome sombra en los ojos para mirarlo—. Hace mucho que no te veía.
Él se rió. —He tenido muchas reuniones. Inversores.
Él soltó otra carcajada mientras se quitaba la chaqueta. La camisa salmón que llevaba debajo apenas estaba arrugada, y lo envidié por ser hombre y no tener que preocuparse del pelo y el maquillaje para tener buen aspecto. Ni de las medias.
—He hecho limonada. Te puedo preparar algo de comer si quieres.
—Ya haces demasiado. No deberías hacer tantas cosas —dijo él, guiñando los ojos a causa del molesto sol.
—Ya, bueno es que no he podido encontrar un criado que me atienda.
Pablo se desabrochó la camisa y se la sacó de la cinturilla del pantalón al tiempo que se quitaba los zapatos. Estaba aprendiendo cosas de él, como que le gustaba andar por la casa medio desnudo.
—Se me ocurre una idea —dijo quitándose los calcetines y agitando los dedos de los pies sobre la madera calentada por el sol—. Pon un anuncio en el Register: «Se busca un Don Limpio personal para casita junto al lago. Entre sus tareas se incluye limpiar ventanas, fregar suelos y hacer masajes de Shiatsu».
—Prefiero que no me los dé Don Limpio —contesté yo entre risas.
Se estiró con un gemido de cansancio, contorsionando la cintura hasta que su columna crujió como los cereales de arroz inflado cuando los echas en la leche.
—Está claro que nunca te han dado un buen masaje. Joder, qué tenso estoy. Me he acostumbrado a lo bueno en Singapur. Allí me daba un masaje a la semana.
— ¿Te los daban hombres grandotes, sin pelo, vestidos con camisetas blancas? —pregunté yo, observando cómo se estiraba y se contorsionaba, fascinada por las líneas de su cuerpo. Me preguntaba si se iba a quitar la camisa. Me preguntaba por qué habría de importarme.
—No. Me los daban unas mujeres menudas y preciosas con unas manos asombrosas... —movió las cejas arriba y abajo y a continuación dijo imitando una voz femenina—: Ah, señor Rodríguez, ¿le apetece terminar bien el día?
Yo me tapé la boca, fingiendo estar escandalizada.
—Tú no harías algo así.
Su enigmática sonrisa no me reveló nada excepto que tal vez me estuviera mintiendo.
— ¿Tú no lo harías? —puso la mano en la barandilla y se estiró otra vez.
—Creo que no.
El hielo de mi limonada se me había derretido, restándole acidez pero manteniéndola fría. Di un sorbo, no porque tuviera sed, sino por la súbita necesidad de hacer algo con las manos.
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Tentación
FanfictionSoy Micaela, tengo todo lo que una mujer podría desear. Mi marido, Bruno Sainz Micheli. Una casa en el lago. Mi vida. Nuestra vida perfecta. Y de repente Pablo Rodríguez vino a hacernos una visita... La primera vez que vi al mejor amigo de mi marido...