Capítulo 2

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-Ojalá tu madre dejara de preguntarme cuándo voy a darle al grupito un primito con el que jugar -dije sin inmutarme, con una calma que podría haber partido el cristal.

Bruno me miró un momento y volvió a centrar su atención en la carretera, un tanto resbaladiza por culpa de la lluvia de esos últimos días de primavera.

- ¿Cuándo te ha dicho eso?

No se había dado ni cuenta, claro. Hacía mucho que Bruno había perfeccionado el arte de desconectar con respecto a su madre. Ella hablaba, él asentía. Ella se quedaba satisfecha, él permanecía ajeno a todo.

- ¿Cuándo no lo dice? -me crucé de brazos, la vista fija en las espirales de agua que formaban los limpiaparabrisas en la luna, como si fuera un cuadro de arte abstracto.

Bru conducía en silencio, un talento admirable. Saber cuándo guardar silencio. «Ya podía haberlo aprendido su madre», pensé yo con vehemencia. Las lágrimas me escocían en la garganta, pero me las tragué.

-No quiere decir nada -comentó finalmente cuando enfiló el sendero de entrada de nuestra casa. El viento había arreciado conforme nos aproximábamos al lago, y los pinos del jardín agitaban sus ramas con virulencia.

-Pues yo creo que sí quiere decir algo. Ése es precisamente el problema. Sabe exactamente lo que dice, acompañándolo de esa risita afectada, como si estuviera gastando una broma, cuando habla totalmente en serio.

-Mica... -Bruno suspiró y se volvió hacia mí mientras sacaba la llave del contacto. Quedamos a oscuras cuando los faros se apagaron y pestañeé ante el cambio. La oscuridad pareció amplificar el sonido del golpeteo de la lluvia sobre el techo del coche-. No te enfades.

Me volví hacia él.

-Siempre lo pregunta. Cada vez que estamos juntas. Me aburre ya oírselo decir.

Me acarició el hombro y descendió por mi trenza.

-Quiere que tengamos críos. ¿Qué hay de malo en ello?

No contesté. Él retiró la mano. En ese momento pude ver su silueta débilmente contorneada, el resplandor en sus ojos a la tenue luz que entraba en el coche a través de la cortina de agua. Las atracciones del parque de Cedar Point seguían encendidas a pesar de la lluvia y de la hilera de coches que avanzaban por la carretera elevada.

-Cálmate, amor. No hagas un drama...

Atajé sus palabras abriendo la puerta. Era agradable sentir la fría lluvia en mis acaloradas mejillas. Levanté el rostro hacia el cielo y cerré los ojos, fingiendo que era únicamente lluvia lo que las mojaba. Bruno salió del coche. El calor que desprendía me arropó antes de que me rodeara los hombros con el brazo.

-Vamos dentro. Te estás poniendo hecha una sopa.

Dejé que me llevara al interior de la casa, pero no le dirigí la palabra. Me fui directa al cuarto de baño y abrí el grifo del agua caliente de la ducha. Me quité la ropa y la dejé hecha un montón en el suelo. Me metí en la bañera cuando la estancia se hubo llenado de vapor. El agua caliente sustituyó el agua fría de la lluvia que caía fuera.

Allí me encontró Bruno, con la cabeza inclinada hacia delante para que el agua caliente me relajara la tensión del cuello y la espalda. Me había deshecho la trenza, y el pelo me caía sobre el pecho en mechones enredados.

Tenía los ojos cerrados, pero el breve golpe de frío que se coló cuando se abrió la puerta de cristal de la mampara me avisó de la llegada de mi marido segundos antes de que me rodeara con sus brazos. Bru me estrechó contra su pecho. No necesitó más que unos segundos para que su piel se caldeara bajo el agua. Apreté el rostro contra su piel, cálida y húmeda, y me dejé abrazar.

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