Capítulo 18

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Maratón 3/3

Cenamos en la terraza, los tres sentados rodilla contra rodilla en torno a la mesa, bastante pequeña y algo desvencijada. La comida no nos habría sabido mejor por tener muebles de teca. Los dos se pasaron la cena hablando y hablando. Yo cené en silencio, escuchando y buscando la clave de su amistad.

¿Dónde estaba? ¿Qué la había mantenido durante tantos años? ¿Qué había estado a punto de terminar con ella? ¿Y qué los había llevado a limar sus diferencias?

—Me cago en la leche —dijo Bruno con un tono reverencial cuando su amigo sacó a la mesa el postre, consistente en un pastel de crema y frutas de varias capas—. Pero si tenemos aquí a Julia Child.

Pablo posó el postre en la mesa, que había montado en un sencillo cuenco con pie que alguien nos regaló en nuestra boda, igual que las copas de vino. Viendo las capas de cosas ricas no podía creer cómo no lo había utilizado nunca.

—Vete a la mierda —Paio le sacó el dedo corazón delante de la cara. Bruno apartó la mano.

—Vete tú.

Paio se sentó y metió una cuchara en el cuenco. —Sírvete.

Lo miré y comprobé que no estaba molesto con las bromas de Bruno. Los dos habían bebido vino en la cena, y después Paio se había abierto una cerveza. Dio un sorbo y la dejó sobre la mesa, después se inclinó hacia delante y tomó la cuchara de nuevo.

—Pero primero Mica.

—Estoy llena —protesté yo, pero ni mi esposo ni su amigo me hicieron caso, de modo que terminé con un plato de postre delante.

—La cena estaba deliciosa, Paio. Gracias.

Él hizo un gesto de indolencia con la mano, sin dejar de prestar atención a Bruno.

—Ha sido un placer.

—Sigo pensando que deberías darle algunas lecciones a mi marido—dije como si tal cosa—. Apenas sabe prepararse los cereales del desayuno.

—Eso es porque su mami le preparó la comida hasta que se fue a la universidad —dijo Paio con cariño—. En cambio, la mía se encontraba en un estado tan pésimo que no era capaz de cocinar nada.

Nos envolvió un silencio incómodo, pero me llevó un segundo comprender que era yo la única que se sentía incómoda. Como quiera que hubiera sido la vida en casa de Paio, era obvio que Bruno y él se habían acostumbrado.

—Estás muy lejos de los sándwiches de queso gratinado y mortadela — Bruno lamió el tenedor—. Cuando éramos niños, Pai preparaba el mejor sándwich de queso gratinado y mortadela del mundo.

Los dos soltaron una carcajada y yo compuse una mueca.

—Sándwich de queso gratinado y tomate frito sí he probado, ¿pero con mortadela? ¡Qué asco!

Paio apuró su vaso. —En casa de Bruni nos daban sándwiches sin los bordes de mantequilla de cacahuete con mermelada y Cracker Jacks.

—En la suya, tomábamos queso gratinado con mortadela y Jack Daniel's.

Volvieron a reír. Bruno se terminó el postre. Pablo había apartado su plato casi sin tocar. Levanté la vista del mío. Cuando Paio había dicho que no tenía a nadie que cuidara de él había supuesto que se refería al presente.

—Están de broma, ¿verdad?

Paio había estado mirando a Bruno todo el tiempo, pero en ese momento dirigió su mirada hacia mí.

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