Capítulo 34

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El día de compras con Ana no resultó tan desastroso como habría sido de esperar, a pesar de sus repetidos intentos de hablar sobre cuándo tenía intención de empezar a considerar la maternidad. Yo me limite a sonreír, apretando los dientes, y a darle respuestas vagas para que me dejara en paz. Para cuando llegué a casa, me dolía la cabeza de la tensión además del síndrome premenstrual.

—Mira, Bruno está en casa —dijo alegremente, como si le hubiera tocado la lotería. En vez de dejarme en la puerta sin más, apagó el contacto.

—Supongo que quieres pasar —dije yo, incapaz de mostrarme acogedora.

— ¡Por supuesto! —exclamó ella fuera ya del coche y a un paso de abrir la puerta de la cocina.

No estoy segura de qué fue lo que vio, porque para cuando entré yo lo único a la vista eran miradas de culpabilidad, pero lo que fuera que hubieran estado haciendo Paio y Bruno debía de haber sido lo bastante extraño como para que Ana retrocediera dando traspiés. Dado que era una mujer que se enorgullecía de tener respuesta para todo, dejarla sin palabras era toda una hazaña.

—Mamá, ¿qué estás haciendo aquí?

—He llevado a Mica de compras y he venido a traerla. Al ver tu camioneta me apeteció entrar a saludar —dijo Ana, irguiendo la espalda y colocándose el pelo, aunque no había ni un pelo fuera de lugar.

Busqué con la mirada pruebas de lo que podría haber visto al entrar. No parecía que hubiera nada fuera de lugar. Había un cigarrillo en el cenicero, pero aunque no permitía que se fumara en la casa, no me parecía algo tan escandaloso. Paio lanzaba discretas miradas de soslayo a Bruno, apartándolas muy deprisa como temiendo soltar una carcajada. Bruno no le hacía caso.

—Sí, acabo de llegar. Hace unos veinte minutos.

Había algo en la sonrisa de Bruno que no encajaba. Era demasiado amplia. Demasiado boba. Demasiado... no sé, algo.

— ¿Qué tal el trabajo? —Ana no se movió de donde estaba al lado de la puerta, pero yo me abrí paso en la cocina.

—Estupendo. Genial. Todo muy, muy bien.

Lo que fuera que estuvieran haciendo era algo que no querían que los demás vieran. Parecían dos niños pillados con las manos en la masa... o dentro de los pantalones del otro. Miré alrededor de la cocina, pero aparte del cigarrillo encendido, no había nada fuera de su sitio. Paio parecía haber recuperado el control y se levantó para saludar a la señora Micheli con una sonrisa de pura inocencia.

—Hola, señora Micheli. ¿Cómo está?

Ella lo miró de refilón.

—Bien, Pablo, ¿y tú?

—Genial. Muy, muy bien —contestó él, con una sonrisa más amplia.

Habría sospechado algo aunque no hubiera visto la reacción de mi suegra. Miré a Bruno con ojos entornados, pero él no se dio cuenta. Los dos apretaban los labios como si estuvieran intentando contener las carcajadas.

—Bueno, me voy.

Ana hizo una pausa, pero Bruno se despidió de ella con la mano.

—Adiós, mamá. Hasta luego.

—Adiós, señora Micheli —dijo Paio, agitando los dedos de la mano.

Bruno y Paio se quedaron de pie el uno junto al otro, sonriendo como bobos y despidiéndose con la mano. Ana se dio media vuelta y se fue sin decir una palabra. La vi dirigirse a su coche, sentarse en el asiento del conductor y meter las llaves en el contacto. Esperé a ver si bajaba la guardia, creyendo que nadie la veía, a ver si se venía abajo, pero no lo hizo. Se alejó de la casa y me volví hacía los dos.

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