Capítulo 35

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Bruno y yo no nos peleábamos casi nunca, y nuestros enfados no duraban mucho. Él estaba convencido de que no podía equivocarse y yo estaba decidida a evitar los enfrentamientos. Las pocas veces que habíamos discutido se había arreglado todo con un beso y una disculpa.

No sabía cómo arreglarlo con Paio. Los límites de nuestra relación no habían sido marcados. Cambiaban a diario sin que tuviéramos que pactar nada. El deseo y el sexo habían fluido entre nosotros de forma natural. En ningún momento se habló de emociones.

Había demasiadas. No intentaba hacerme la lista cuando le dije que las cosas se habían convertido en algo más de lo que se suponía en un principio. Había anhelado su cuerpo y deseado que me acariciara, pero en algún punto del camino también había empezado a ansiar sus sonrisas y sus carcajadas. Me había acostumbrado a tenerlo junto a mí en la cama, a verlo con la ropa de Bruno, a su olor.

Yo no quería amarlo, pero tampoco quería que él no me amara a mí.

Paio se mostró retraído toda la semana siguiente a la pelea. Seguía teniendo reuniones que lo mantenían fuera de casa durante gran parte del día, sólo que ahora era a diario en vez de esporádicamente. Que yo supiera, estaba recorriéndose Cleveland de cabo a rabo. Volvía a casa con el traje y aspecto cansado, pero apenas hablaba y se metía en su habitación antes de que me diera tiempo a preguntarle qué tal le había ido el día. Dolía.

Me escabullía de casa para que todos pudiéramos fingir que no nos habíamos dado cuenta de que me evitaba. Los oía hablar por la noche. A veces subían mucho el tono. Otras no los oía en absoluto, durante horas, y cuando Bruno entraba en la habitación y se metía en la cama, me estiraba para comprobar si captaba el aroma de Paio en su piel. Nunca sucedía.

Fue sólo una semana, pero fue la semana más larga de mi vida. Se me terminó la regla, lo que siempre era un alivio. La empresa de Bruno empezó un nuevo proyecto y sus horarios cambiaron. Llegaba más pronto a casa, de modo que podíamos pasar más tiempo juntos, tiempo que empleábamos haciendo cosas en el jardín, como montar el nuevo columpio.

Era como habría sido el verano si al llegar Paio no hubiéramos empezado el romance. Era el invitado perfecto. Educado. Distante. Se había convertido en un desconocido, y me estaba matando que lo hiciera.

Yo intentaba ocultar que me reconcomía por dentro. No quería que se notara que su rechazo me escocía como una espina clavada que no me podía sacar. No podía mirarlo por miedo a que se me notara en la cara el anhelo. No podía arriesgarme a que Bruno viera lo mucho que deseaba que las cosas volvieran a ser como antes.

Fue Clara, por sorprendente que pueda parecer, quien me ofreció un hombro en el que llorar. En el pasado siempre había compartido mis sentimientos con Lara, pero dado que no le había contado que me acostaba con Paio, no podía llegar ahora y admitir que estaba hecha polvo por lo que ni siquiera podía considerarse una ruptura. Nunca había hablado mucho de sexo con Lucia, y, además, se había ido a Pennsylvania una semana a arreglar papeles de la universidad. Y posiblemente otras cosas de las que no comentamos nada.

Así que fue con Clara con quien terminé hablando del tema un día en mi casa, comiendo. Había pasado por allí para dejar algunas cosas más para la fiesta. La casa estaba en silencio. Yo había estado cambiando cosas en mi curriculum, pero no había hecho grandes avances. Mis dedos tecleaban, pero mi mente estaba muy lejos, y había cometido muchos errores.

Me alegré cuando apareció en la puerta, porque eso significaba que podría abandonar lo que se había convertido en una tarea inútil. Me pasó una bolsa de tomates del jardín de nuestra madre y un par de invitaciones que habían echado al buzón de nuestros padres en vez de enviármelas a mí por correo.

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