Me desperté temprano y me arrastré hasta la ducha. Acuclillada en el suelo, abrazándome las rodillas, dejé correr el agua caliente mientras el pánico cundía en mí. ¿Qué había hecho? ¿Qué habíamos hecho? ¿Qué iba a suceder a partir de ese momento?
Comprendía lo que era el sexo y el placer. Comprendía el deseo. El amor. Yo amaba a mi marido. Él me proporcionaba placer, y yo trataba de corresponderlo.
Pero lo de la noche anterior no había tenido nada que ver con el amor. Lo de la noche anterior había sido sólo deseo y pasión. Anhelo carnal desenfrenado. También sabía lo que era eso.
Mi primera relación fue con mi primer novio en la secundaria. El sexo era algo que todo el mundo quería practicar y, había gente que lo hacía, algo de lo que los chicos se jactaban y que las chicas no querían admitir que hacían. Yo hacía todo lo que él quería que hiciese. Se corría en mis manos, mi boca, entre mis senos. Entre mis muslos. Le entregué mi virginidad sin pensármelo dos veces, sin que se me pasara por la cabeza la posibilidad de darle largas. Se la habría entregado antes si él me lo hubiera pedido, pero supongo que creyó que le diría que no.
Se tiene la percepción general de que la primera vez siempre es horrible, pero para mí no lo fue. Nos pasamos una hora con los preliminares, acariciándonos el uno al otro. No hay preliminares como esas primeras exploraciones juveniles, cuando desabrocharte un botón es causa de exaltación. Yo pasaba normalmente más tiempo mamándosela que él haciendo lo propio conmigo, pero aquella noche me chupó largo y tendido. Saboreé mis fluidos en sus labios cuando me besó. Para entonces estábamos desnudos, y su pene caliente y erecto me presionaba el vientre. No habíamos planeado hacerlo, simplemente, ocurrió. Nos besamos. Nos movimos. De alguna forma, nuestras caderas rotaron y encajaron, y cuando me quise dar cuenta su pene erecto estaba a las puertas de mi sexo. Yo me arqueé. Él empujó. Yo estaba húmeda, resbaladiza y abierta a él. Todo ocurrió tan despacio y con tanta naturalidad, que no creo que ninguno de los dos se diera cuenta hasta que embistió y me penetró por completo. No me dolió, y cuando empezó a moverse, yo estaba tan cerca del orgasmo que no pude contenerme y lo agarré del trasero, instándolo a embestir más con más brío. Me susurró mi nombre al oído entre gemidos justo antes de la última embestida y se estremeció. Oírlo me llevó al orgasmo. Los dos nos corrimos con escasos segundos de diferencia aquella primera vez, la única vez que ocurrió. Lo hicimos muchas veces después de aquella vez, pero nunca fue lo mismo.
Como consecuencia del auge del sida, nos bombardearon el cerebro con el uso de condones, y siempre los usábamos. Menos aquella primera vez. Pero ya se sabe, basta con una sola. El caso es que nos tocó.
Creo que supe que estaba embarazada la primera vez que me desperté y las náuseas me hicieron salir corriendo al baño. Como siempre había tenido una regla muy irregular y dolorosa, me convencí de que la sensibilidad de los pechos, las náuseas y los mareos no eran más que síntomas premenstruales. No podía estar embarazada. Dios no me haría algo así.
Claro que no había sido Dios, sino mi propia estupidez.
Faltaban tres días para graduarnos cuando se lo dije a mi entonces novio. Como era el último curso y ya habíamos terminado los exámenes, no teníamos que asistir a clase.
Aprovechábamos que sus padres estaban trabajando para hacer el amor con total abandono en su camita con el cabecero en forma de rueda de carreta. El sexo era bueno como sólo puede serlo cuando estás enamorado hasta los huesos y todo lo que hace tu pareja te parece maravilloso. Yo me corría más por cuestión de suerte que por nuestras habilidades amatorias, aunque no se podía evaluar con exactitud la magnitud de los orgasmos.
Se quedó tumbado sobre mí, la mano encima de mi vientre, que todavía no había empezado a crecer. Olía a crema bronceadora. Habíamos estado tomando el sol junto a la piscina. Estaba tan enamorada de él que sentía que me iba a reventar el corazón.
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Tentación
FanficSoy Micaela, tengo todo lo que una mujer podría desear. Mi marido, Bruno Sainz Micheli. Una casa en el lago. Mi vida. Nuestra vida perfecta. Y de repente Pablo Rodríguez vino a hacernos una visita... La primera vez que vi al mejor amigo de mi marido...