Capítulo 25

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Nunca había sido infiel a mi marido. No tenía motivos para sospechar que él lo hubiera sido conmigo. Sin embargo, allí estábamos los dos, invitando a una tercera persona a nuestra cama. Tendría que haber estado loca para no sentir algo de excitación.

El deseo venció sobre el sentido común, igual que en ocasiones pasadas, y mi cuerpo ignoró el sabio consejo de mi mente y mi corazón. Era más vieja, pero, al parecer, no más sabia.

Estaba entre los dos, una reina con dos reyes. Los dos estaban tensos y preparados para abalanzarse de un salto, aguardando que yo diera la orden. No se parecían, pero, en aquel instante, me parecían idénticos.

—Vamos —dije en voz queda y ronca, pero los dos me oyeron. Les hice la señal de que me siguieran con un dedo, y me di la vuelta a ver si de verdad me seguían.

Subí los dos escalones que separaban el cuarto de estar de la cocina, avancé pasillo adelante en dirección a nuestro dormitorio y entré. Me desabroché los botones y me bajé la cremallera mientras andaba. Para cuando llegué a la cama, camisa y vaqueros estaban por los suelos. Me detuve en sujetador y bragas al pie de la cama y me di la vuelta.

Esperando.

Los oí por el pasillo, el susurro de sus pies descalzos sobre el suelo de madera, el sonido de las cremalleras al bajar y el roce de la ropa deslizándose por la piel.

Esperé para ver quién pasaría primero. ¿Sería Bruno buen anfitrión y cedería paso a su invitado?

Aparecieron los dos juntos en la entrada de la habitación, hombro contra hombro, desnudos de cintura para arriba. Con la cremallera bajada, los vaqueros de Paio se le descolgaban aún más de las caderas. La parte delantera del pijama de mi esposo estaba abultada ya. Sonreí.

Como compañeros de equipo que llevan tanto tiempo jugando juntos que pueden adelantarse a las jugadas del otro, Bruno y Pablo se giraron un poco cada uno hacia un lado de manera que pudieran entrar al mismo tiempo. Sus cuerpos se alinearon y se separaron en cuanto estuvieron dentro. Aunque ocurrió en un abrir y cerrar de ojos, la imagen de los dos cara a cara quedó grabada a fuego en mi cerebro.

Los que dicen que las mujeres no se excitan con la vista están muy equivocados.

Verlos me dejó la garganta seca y el corazón empezó a martillearme en el pecho. Mi clítoris palpitaba. Necesitaba tocarlos, lo ansiaba.

Tendí las manos hacia ellos, una a cada uno, y ellos la aceptaron. Tiré y ellos se acercaron. Les rodeé la cintura con los brazos y ellos pusieron los suyos alrededor de mis hombros. Ya no éramos un triángulo con puntas marcadas e implacables, en ese momento formábamos un círculo de extremidades entrelazadas, unidas por el deseo.

Besé a los dos, uno detrás de otro. Mientras Bru estaba en mi boca, Paio se ocupaba de mi garganta y mis hombros. Cuando la lengua de Pablo danzaba con la mía, Bruno acarició la elevación de mi pecho y me desabrochó el sujetador para poder chuparme los pezones endurecidos.

Estábamos bailando otra vez, esta vez a un ritmo mucho más lento que el que impusiera el amigo disc-jockey de Pablo con su música. Bruno me conocía y Paio conocía a Bruno, y juntos descubrieron dónde era mejor acariciarme, tocarme y chuparme.

De pie, me quitaron las bragas y me separaron las piernas. Eché la cabeza hacia atrás y las puntas del pelo me rozaron los omóplatos mientras dos bocas trazaban las curvas de mis caderas y mi vientre redondeado.

Hablaban en susurros, palabras que no llegué a entender. Tenían un lenguaje secreto de suspiros y risas.

Abrí los ojos para estabilizarme. Entonces coloqué una mano en el hombro de cada uno y presioné para que se juntaran. Me estiré para besar a mi esposo mientras enganchaba los dedos en la cinturilla de su pijama y se lo bajaba. Sin interrumpir el beso, utilicé los pies para quitarlos de en medio. Su pene erecto se precipitó hacia arriba entre los dos, trasladando su calor a mi vientre, y Bruno soltó una imprecación contra mis labios. Cuando me giré hacia Paio, esos ojos suyos de mirada lánguida resplandecían.

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