Capítulo 7

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MARATÓN 1/3

—Háblame de él —le dije a Bruno cuando nos metimos en la cama, destapados a causa de la ola de calor que sufríamos a pesar de estar a primeros de junio. El ventilador del techo producía un ligero zumbido mientras hacía girar el aire procedente del lago, pero con todo y con eso hacía calor.

— ¿De quién? —preguntó Bru con voz adormilada. Tenía que madrugar para ir a la obra.

—De Paio.

Él emitió una especie de resoplido amortiguado a causa de la almohada. — ¿Qué quieres saber?

Yo estaba mirando el techo en la oscuridad, imaginando las estrellas. — ¿Cómo es?

Mi esposo guardó silencio durante tanto rato que pensé que se había quedado dormido. Al final se colocó de espaldas. No podía verle el rostro, pero lo dibujé mentalmente.

—Es un buen tipo.

¿Qué quería decir con eso? Me puse de lado, de cara a él. Hacía calor entre los dos. Si hubiera extendido la mano, podría haberlo tocado. En vez de eso, la metí debajo de la almohada y noté el frescor de las sábanas.

—Es inteligente. Es...

Esperé, pero no podía soportar su vacilación.

— ¿Divertido? ¿Amable?

—Sí, supongo que sí.

Suspiré.

—Son amigos desde cuándo, ¿octavo curso?

—Sí —contestó él, que ya no tenía voz adormilada. Tenía voz de querer adormilarse.

—Entonces deberías poder decirme de él algo más aparte de que es inteligente y un buen tipo. Vamos Bru. ¿Cómo es Paio?

—Es como el lago.

—Explícame eso.

Cambió de postura, agarrando las sábanas con los pies. El colchón cedió con sus movimientos.

— Es... un hombre de personalidad profunda para algunas cosas y superficial cuando menos te lo esperas. Creo que es la mejor manera de describirlo.

Consideré sus palabras un momento.

—Una descripción muy interesante.

Bruno no dijo nada. Escuché su respiración. Noté su aliento en mi rostro. Sentí el calor de su cuerpo a escasos centímetros del mío. No nos estábamos tocando, pero lo sentí incorporarse e inclinarse sobre mí.

—Vale, ¿qué te parece esta otra? Pablo parece una persona fácil de conocer.

— ¿Pero no lo es?

Él tomó aire. Lo soltó. Tomó aire nuevamente. Un patrón lento y regular, aunque no parecía relajado.

—No. Yo no diría eso.

—Pero tú lo conoces, ¿no es así? Me refiero a que fueron muy amigos durante mucho tiempo.

Bruno soltó una carcajada y con ella se esfumó la inquietud que sus respuestas habían despertado en mi interior.

—Sí, supongo que lo fuimos.

Estiré el brazo para acariciarle el pelo. Él se acercó a mí. Su mano encontró el punto exacto sobre mi cadera, se acomodó en la curva de mi cuerpo. Me alineé contra él.

Guardamos silencio un rato. Me pegué a su cuerpo, mi pecho contra el suyo. Llevaba puestos únicamente los calzoncillos. Yo llevaba una camiseta de tirantes y las bragas. Había mucha piel en contacto. No iba a ser yo la que se quejara, aunque la noche todavía no había empezado a refrescar y el sudor hacía que nos pegáramos. Se empalmó y yo sonreí. Esperé y al cabo de un momento su mano emprendió un lento ir y venir por mi costado. El pulso se le había acelerado, lo mismo que a mí. Ladeé la cabeza. Su boca encontró la mía sin esfuerzo. Nos besamos dulce y lentamente, sin apremio.

— ¿No tenías que levantarte mañana temprano?

Bruno condujo mi mano hacía su creciente erección. —Ya estoy levantado.

—Ya lo veo —apreté un poco los dedos a su alrededor, tentativamente—. ¿Y qué puedo hacer yo con esto?

—A mí se me ocurren algunas cosas —contestó él, empujando contra mi mano al tiempo que deslizaba los dedos entre el borde de mi camiseta y la cinturilla de mis bragas—. ¿Por qué no me la chupas?

—Qué sutil —dije yo con tono seco, aunque estaba sonriendo en realidad.

—No pretendía ser sutil —masculló mi marido, bajando la cabeza para lamer mi garganta.

Contuve el aliento. Bajé la mano. Él gimió. Yo sonreí. Lo empujé hacia atrás lo justo para meterme debajo de él y sacarle la erección de los calzoncillos. No me hacía falta ver para conocer cada curva, cada ondulación de sus músculos. Cerré los dedos alrededor de su verga y me incliné para lamer el sensible glande.

Bruno emitió un suspiro feliz y se tumbó boca arriba. Me puso una mano en la cabeza, no para empujarme ni para meterme prisa, tan sólo para acariciarme el pelo suavemente. Sus dedos tiraban y se enredaban en mi pelo, aunque la sensación de incomodidad era tan leve que no podría describirse como dolor. Yo chupaba, notando el sabor salado y almizclado. Aun recién salido de la ducha, aquella parte de su anatomía siempre tenía un sabor y un olor particulares, distintos de cualquier otra parte, como el codo o la barbilla. La región de los genitales, el vientre y la cara interna de los muslos conservaban un halo delicioso que sólo podría describir como varonil. Y único. Con los ojos cerrados tal vez me costaría identificarlo por la elevación de su nariz o de sus músculos, no así con aquel olor y sabor.

—Si tuviera que encontrarte en una habitación oscura llena de hombres desnudos, podría hacerlo sin problemas —murmuré pasando a continuación la boca por su pene erecto.

—¿Fantaseas alguna vez con estar en una habitación llena de hombres desnudos, Micaela? —Bruno elevó las caderas para empujar su pene dentro de mi boca. Yo se la sujeté con firmeza por la base para controlar hasta dónde podía meterla.

—No.

Él soltó una carcajada breve y entrecortada. — ¿No? ¿Nunca? ¿No es ésa tu fantasía?

— ¿Qué iba a hacer yo con tanto hombre desnudo?

Él suspiró mientras se la chupaba. Tomé en una mano sus testículos y los acaricié suavemente con el pulgar.

—Podrían... hacerte... cosas...

Utilicé la boca y la mano al mismo tiempo hasta que le arranqué un gemido en voz alta, y después se la froté un rato con la mano, arriba y abajo, para que mi mandíbula pudiera descansar un poco.

—No. Soy chica de dos entradas máximo. No me serviría de nada tener a tantos hombres.

Volví a meterme su pene en la boca hasta donde pude. Ésta empezó a palpitar contra mi lengua. El sedoso líquido preseminal se mezcló con mi saliva facilitándome la labor de chupar y lamer.

Bru me puso la mano en la cadera y tiró de mí con suavidad, hasta que me di la vuelta sin dejar de chupársela y me puse a horcajadas sobre su cara. Me llegó el turno de gemir cuando me sujetó las nalgas y me chupó el clítoris con la lengua. Empezó jugueteando con la punta de la lengua. En aquella posición yo podía controlar la distancia a la que mi cuerpo estaba del suyo, podía sostenerme por encima de sus labios y su lengua, mover la pelvis, frotarme contra su boca. Me encantaba aquella postura. Mi orgasmo llegó en cuestión de minutos. Me resultaba difícil concentrarme en chupársela cuando él me chupaba a mí. Nos volvimos un poco torpes. Creo que no nos importaba demasiado a ninguno. Los dos nos corrimos casi al mismo tiempo, gimiendo al unísono en medio de la oscuridad. Después, cuando retomé la posición normal en la cama y posé la cabeza en la almohada, me di cuenta de que el aire se había enfriado lo justo para querer taparme.

Tiré de las sábanas para cubrirnos, aunque Bruno ya tenía aquella respiración que indicaba que estaba a punto de empezar a roncar, y que a mí me resultaba a un tiempo entrañable e insoportable, dependiendo de lo cansada que estuviera. Resopló contra la almohada. Yo me puse de espaldas, cansada pero no lo bastante como para dormirme.

— ¿Por qué pelearon? —susurré en mitad de la oscuridad.

El sonido de su respiración cambió. Contuvo un poco el aliento. Silencio. Bruno no respondió y, al cabo de unos minutos, ya no volví a preguntar, inmersa ya en mis sueños.


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