Capítulo 33

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No debería haber respondido al teléfono, pero cuando sonó, extendí la mano de forma automática y me lo llevé al oído sin abrir los ojos.

—Diga.

—Mica. Soy tu suegra.

Como si no fuera a reconocerla por la voz o no supiera quién era si se presentaba por su nombre de pila...

—Hola, Ana.

— ¿Estabas durmiendo todavía? —dijo con un tono que insinuaba que estar en la cama a esa hora era de vagos inútiles.

Abrí un ojo para comprobar la hora.

—Son sólo las ocho de la mañana.

—Oh. Pensé que ya estarías levantada. ¿No madruga Bruno para ir al trabajo?

—Se va hacia las seis y media, sí —contesté yo, tapándome la boca con la palma para ahogar un bostezo al tiempo que me frotaba los ojos, pero tenía los párpados pegados— ¿Querías algo?

Esperaba que tuviera algún motivo para llamar a aquellas horas. No estaba de humor para charla, no lo estaba nunca en realidad. Pero ese día en particular no me encontraba bien y estaba de mal humor, me sentía hinchada y el vientre amenazaba con empezar a doler.

—Sí. Las chicas y yo vamos a salir de compras y habíamos pensado que te querrías venir. Pasaremos a recogerte a las nueve y media.

Mierda, mierda y mierda.

Me senté en la cama de golpe.

— ¿Adónde vas a ir de compras?

Me recitó una lista de tiendas, el centro comercial y un salón de manicura que yo no frecuentaba.

—Nueve y media. Te da tiempo, ¿no?

—Ana, lo cierto es que... —me giré para mirar a Paio, el rostro enterrado en la almohada de Bruno. Su cuerpo despedía calor, cómodo en el aire fresco de primera hora de la mañana. Pasé la mano por la sedosa piel de su espalda desnuda— Hoy tengo cosas que hacer.

Silencio sepulcral al otro lado de la línea, que me permitió contar hasta cinco.

—No me digas.

—Sí, lo siento, pero hoy tengo otros planes...

—Oh —dijo con una variación en el tono de voz, que seguía siendo educada como siempre pero se percibía la tensión bajo la superficie. El labio levantado ligeramente, los orificios nasales distendidos como si hubiera captado algo en mal estado. Siempre me preguntaba si, en su mente, en realidad estaba sonriendo, pero las señales que mandaba el cerebro y los gestos que al final mostraba su rostro se confundían por el camino.

—Bueno, si no quieres salir con nosotras... —dejó la frase a medias, esperando claramente a que yo se lo negara.

Y, por supuesto, eso hice, porque era lo que se esperaba de mí. Sentí acidez de estómago y fruncí la boca, pero se lo negué.

—Por supuesto que quiero salir con ustedes. Es que hoy había hecho otros planes.

—Está bien. Otro día entonces.

Conocer a la reina podría considerarse más importante que ir de compras con

Ana y sus hijas; que te hubieran dado el premio Nobel de la Paz, puede que tuviera prioridad; que te secuestraran unos alienígenas podría estar justificado. Cualquier otra cosa, no. No para la madre de Bruno.

Suspiré. Paio rodó hasta ponerse de espaldas, un brazo debajo de la cabeza mientras se frotaba suavemente el esternón con la otra mano. Arriba y abajo. Un movimiento hipnotizador. Sus dedos fueron descendiendo, y yo los seguí con la mirada. Cuando levanté la vista y lo miré a los ojos, estaba sonriendo.

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