Capítulo 42

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La difícil situación de mi hermana iba a arreglarse, gracias a la ayuda de Bruno y al dinero de Paio. Sin embargo, solucionar el problema de mi hermana nos había creado uno a nosotros. Yo había prometido sinceridad y él me había dado mentiras.

Más bien omisión de hechos, cierto, pero yo me había hecho responsable de mis propias omisiones, como si verdaderamente le hubiera mentido. Me había dejado creer que Paio había desaparecido. De nuestras vidas. De la mía, desde luego, sí que había desaparecido. No así de la de mi marido.

Las tormentas que nos habían estado amenazando todo el fin de semana extendieron su amenaza a lo largo de todo el lunes. Estaba de pie en la cubierta de madera, observando el color grisáceo que iban adquiriendo las aguas del lago y cómo se iban oscureciendo las nubes. La brisa agitaba las puntas de mi pelo, enredándolo, pero no me lo recogí.

Quería ser una guerrera.

Bruno llegó a casa cuando empezaban a caer las primeras gotas sobre la madera y mis pies descalzos. No me volví a saludarlo. Tiré de las mangas de mi sudadera amplia y me guardé las manos. El agua de la lluvia creó unos cercos oscuros en mis vaqueros.

—Deberías habérmelo dicho —fue todo lo que dije cuando oí sus pisadas en la puerta de la terraza.

—Me dijiste que habías hecho que se marchara. No sabía que te importara. Creía que querías que se fuera.

—Pero tú no.

—No —dijo Bruno—. Supongo que no. Si hubiera creído que podrías soportar su presencia aquí, no sólo por el sexo, te lo habría dicho.

Me di la vuelta al oír sus palabras.

— ¡Que te jodan!

Bruno retrocedió.

—Mica...

—No —lo atajé yo, señalándolo con un dedo—. Cállate. Que te jodan, Bruno. Lo dices como si te pareciera una tontería. «Lo del sexo». Como si se tratara de un jueguecito estúpido o algo así.

— ¡No quería decir eso!

— ¿Entonces qué querías decir? «Pobrecita Mica, tiene la cabeza hecha un lío por «lo del sexo» con Paio. Y después la situación se le escapó de las manos, así que decidió echarlo de casa y obligarlo a que se fuera»... Pero eso no te pareció importante, ¿verdad? Y decidiste seguir viéndote con él, a mis espaldas. ¿Qué hacen cuando están juntos Bruno? ¿Juegan con la consola? ¿Ven películas porno y se hacen pajas juntos tal vez? Oh, espera, se me olvidaba. No eres gay —dije esto último con una mueca de desprecio.

La lluvia empezó a caer con más furia, aunque de momento seguían siendo gotas sueltas en vez de un chaparrón. Estaban frías y me hacían daño al chocar con mi piel. El agua empezó a acumularse en la cubierta formando pequeños charcos.

— ¡No quería que te enfadaras, eso es todo!

Me daban ganas de zarandearlo hasta que le castañetearan los dientes. Quería gritar. Quería que se me llenara la boca de agua de lluvia para no tener que volver a hablar con él.

—Se metió en nuestra casa, en nuestra cama y jodió nuestro matrimonio...

—Paio no jodió nuestro matrimonio.

—En eso tienes toda la razón —contesté yo—. Fuiste tú quien lo jodió.

Levantó un dedo para señalarme con él, con gesto acusador, pero a continuación bajó la mano.

—Ya te has forjado una opinión de mí. Yo no puedo decir nada que te haga cambiar de opinión, así que no pienso molestarme.

El viento frío se me metió por dentro. Apreté los dientes para evitar que me castañetearan, y dije: —Tú has sido el causante de esto, Bruno. Tú lo organizaste.

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