Capítulo 10

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Me fui a la cama antes que los hombres, y Bruno me despertó cuando vino a dormir. Me dio con el codo una o dos veces, pero yo fingí estar profundamente dormida y al poco rato oí sus ronquidos. Había estado durmiendo como un bebe hasta su llegada, pero ahora estaba despierta, escuchando los ruidos que hacen todas las casas por la noche. Los mismos crujidos y lamentos, el tictac del ruidoso reloj. Pero esa noche había un sonido desconocido. El arrastre de pies por el pasillo, la cisterna del cuarto de baño y el resbalón de una puerta al cerrarse. Después el sonido de personas durmiendo que llenaba el aire. Dejé que Bru me acercara hacia él hasta que me quedé dormida en sus brazos.

Se levantó y salió de casa antes de que yo me despertara. Me quedé un rato en la cama, estirándome y pensando, hasta que las ganas de ir al baño me obligaron a levantarme. Pablo estaba en la terraza con una taza de café en la mano, mirando el lago. Volvió la cabeza justo cuando la brisa de la mañana le revolvía el flequillo demasiado largo que le caía sobre la frente. Me lo imaginé vestido a la moda que se llevaba en los ochenta y sonreí.

-Buenos días. Pensé que seguirías durmiendo -me senté con él a tomarme el café. Estaba bueno. Mejor que el que preparaba yo.

Ya me estaba acostumbrando a su aspecto lánguido. Me estaba acostumbrando a él. Su boca se arqueó.

-Tengo el sueño cambiado con tanto viaje. Las zonas horarias, el jet-lag. Además, a quien madruga...

Esbozó una amplia sonrisa tan franca que no me quedó más remedio que corresponderlo. Nos apoyamos en la barandilla el uno al lado del otro y contemplamos el lago. No me pareció que esperara que yo dijera algo, y viceversa. Resultaba agradable. Cuando se terminó el café, levantó la taza y dijo:

-Entonces estamos tú y yo solos, y tenemos todo el día por delante.

Yo asentí. La perspectiva no me preocupaba tanto como el día anterior. Era extraño cómo el hecho de que me hubiera prevenido contra él hacía que me sintiera más cómoda en su compañía.

-Sí.

Desvió nuevamente la atención hacia el agua. - ¿Seguís teniendo el Skeeter?

El Skeeter era un pequeño velero que había pertenecido a los abuelos de Bruno.

-Claro.

- ¿Te apetece salir a navegar? Podríamos ir al puerto deportivo, amarrar y comer algo en Bay Harbor. Hacer de turistas por un día. Yo invito. ¿Qué dices? Hace años que no subo a una montaña rusa.

-No sé navegar.

-Mica... -su mirada se volvió profunda, enarcó una ceja y esbozó una media sonrisa que más parecía una mueca lasciva-. Yo sí.

-La verdad es que no me gusta demasiado navegar -su mirada, seductora y suplicante acompañada de un conato de puchero, hizo que me detuviera.

- ¿No te gusta navegar? -Contempló nuevamente la superficie del lago- Vives junto a un lago y no te gusta navegar.

Sonaba ridículo. -No.

- ¿Te mareas?

-No.

- ¿No sabes nadar?

-Sé nadar.

Nos estudiamos detenidamente. Creo que Pablo esperaba que le dijera lo que de verdad quería decir, pero es que no quería compartir nada con nadie. Al cabo de un minuto me sonrió de nuevo.

-Cuidaré bien de ti. No te preocupes.

- ¿Eres un marinero experto?

Pablo soltó una carcajada. -No en vano me llaman Capitán Paio.

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