Capítulo 30

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No conté el secreto de Clara y ella guardó el mío. Quería preguntarle qué decisión había tomado, pero como fingía no acordarse de que se había olido que me estaba tirando a Pablo, fingí no saber que se había quedado embarazada de un tío casado que la había seducido.

No era tan fácil fingir que no sabíamos que le pasaba algo a Lara. De las cuatro, ella era la que siempre estaba en contacto. Ahora teníamos que dejarle varios mensajes para conseguir que nos llamara, aunque la fiesta estuviera cada vez más cerca y hubiera que ir cerrando detalles. No era propio de ella ser tan descuidada.

Así que hicimos lo que hacen las hermanas. Le pedimos explicaciones las tres en bloque.

Lucia llevó pastel de café. Yo me pasé por la cafetería y compré café para llevar, una invención ingeniosa que proporcionaba horas de café caliente dentro de un recipiente del tamaño de una caja de vino. Clari, como era típico de ella, se olvidó de llevar los donuts que dijo que llevaría, pero sí se acordó de llevar la versión en DVD de algunos clásicos infantiles y una bolsa con rotuladores y libros para colorear.

Clara fue a ocuparse de los niños mientras Lucy y yo dejábamos la comida y la bebida que habíamos llevado en la cocina. Lara estaba en su despacho. Tenía esparcidas por toda la mesa las fotos que había reunido en casa de nuestros padres, así como papel, tijeras y bolígrafos de colores. El álbum de recortes aguardaba su toque creativo, pero no estaba escribiendo nada. La encontramos encorvada sobre la mesa con la cara enterrada en las manos. Estaba llorando.

— ¿Laru? — Lu fue la primera en acercarse y tocarle el hombro— ¿Qué ocurre?

Cuando quieres a alguien, ver cómo sufre puede ser más doloroso que si le doliera a uno mismo. Se me hizo un nudo en la garganta al ver las lágrimas de mi hermana. Todas acudimos a ella, juntas en el pequeño espacio.

— ¡No me habíais dicho que ibais a venir!

— ¿Qué te pasa? —preguntó Clara, apoyándose en la mesa. Directa al grano la primera, como siempre. Tal vez fuera la única capaz de hacerlo— ¿Qué te ha hecho?

Lara miró hacia la puerta abierta y la cerré. Lucia le frotaba el hombro con cariño. Clara se cruzó de brazos con expresión severa.

Por un momento pareció como si Lara fuera a hacerse la valiente y a tratar de despistarnos de nuestro objetivo mostrándose enfadada. Aguantó un momento, al cabo del cual su rostro se contrajo aún más y se lo cubrió con las manos.

—Ha perdido todos nuestros ahorros —dijo, avergonzada— Lo ha perdido todo. Dice que puede recuperarlo todo si le doy tiempo. Dice que le han dado un soplo sobre un caballo y que sólo necesita unos cuantos miles para apostar, pero lo recuperará todo.

Levantó la vista con expresión desolada.

—Pero no tenemos unos cuantos miles. No tenemos nada. ¡Va a perder la casa y no sé qué hacer! Ha faltado tanto al trabajo que su jefe lo va a despedir, lo sé, ¿y qué pasará entonces? ¿Qué voy a hacer? ¿Cómo voy a ponerme a trabajar de nuevo?¿Quién se va a ocupar de los niños?

Ahogó los sollozos tras las manos, como si el hecho de llorar fuera más vergonzoso que lo que lo había provocado las lágrimas. Sabía cómo se sentía. Ceder ante las lágrimas significaba admitir que algo iba mal, que no todo era perfecto.

Lucia le entregó una caja de pañuelos de papel y Lara los aceptó. Clara estaba furiosa. Nadie dijo nada durante unos minutos. Mis hermanas menores me miraban, expectantes.

Yo no sabía qué decir. Quería criticar a mi cuñado y llamarlo de todo, pero Clari podría hacer eso mucho mejor que yo. Quería ofrecerle mi hombro para llorar, pero Lucy era mucho más hábil para eso. De mí se esperaba que pudiera mejorar la situación, resolver el problema y ofrecer algún curso de acción, pero desgraciadamente no sabía qué consejo dar

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