Capítulo 20

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—Cariño, llevo toda la noche esperando hacer esto —me mordisqueó los labios y me instó a abrir la boca para introducir la lengua en ella.

—Bruno... —protesté débilmente, tratando de contenerlo con una palma sobre su pecho y ladeando la cara.

Bruno metió la mano entre mis piernas nuevamente. —No podía dejar de tocarte.

Yo lo miré. —Estás borracho.

De nuevo la sonrisa, aquella copia de la sonrisa de su amigo. Bruno la había ensayado, estaba claro, pero seguía sin ser una sonrisa propia. En él quedaba demasiado rígida. Codiciosa.

Así y todo no podía negar el efecto que aquella sonrisa ejercía sobre mí, cómo me hacía sentir. Cómo, al verla, adivinaba en su rostro lo que estaba pensando, y cuánto me hacía disfrutar con sus ideas.

Bruno movió un poco la mano. —Te ha gustado, ¿verdad?

Efectivamente, me había gustado. —Ha sido una falta de educación, cuando menos.

Soltó una carcajada al tiempo que me estrechaba contra su cuerpo y me besaba. Sabía a cerveza. Volví la cabeza suavemente cuando intentó capturar mi boca. Se conformó con restregar los labios sobre mi mentón y mi cuello.

—Pero te ha gustado, Mica.

—No sé qué pensar —susurré echando un vistazo sesgado hacia la casa. La luz de la habitación de Pablo, que podía ver desde la terraza, estaba encendida— ¡Es tu amigo! Ha sido...

—Ha sido tremendamente excitante —masculló sin despegar los labios de mi piel— Tocarte de esa manera hasta provocarte un orgasmo. Como aquella vez en el cine, o aquel fin de semana que fui a verte a la universidad y tu compañera de habitación no quiso dejarnos a solas.

—Sí, pero aquello fue... se trataba de... —no se me ocurría qué decir.

—Esto ha sido mucho mejor —susurró Bruno con voz ronca. Me mordió el cuello, suavemente, pero la presión de sus dientes hizo que expulsara el aire con brusquedad— Tengo la polla tan dura que podría levantar ladrillos.

No exageraba. Gimió un poco cuando lo toqué. Al notar que le metía la mano por dentro de los vaqueros, masculló una imprecación y se recostó en la tumbona girando la cadera de tal forma que presionaba con el pene contra mi mano.

—Chúpamela —me susurró— Llevo pensando toda la noche en lo mucho que me apetecía que me la chuparas. Micaela. Métetela en la boca.

Le desabroché el botón y la cremallera muy despacio. Abrí la bragueta todo lo que pude y saqué su miembro erecto. Palpitaba ardiente en mi mano. Bruno elevó las caderas para que pudiera bajarle el pantalón un poco. Cuando empecé a subir y bajar la mano ahuecada a lo largo de su verga. Él gimió.

— ¿Quieres que te la chupe? —le pregunté en voz baja para que no nos oyeran los vecinos o nuestro invitado, supuestamente dormido—. ¿Quieres que me la meta en la boca?

Le gustaba oírmelo decir. Y a mí me gustaba decirlo. Durante el sexo era el único momento en el que no tenía que fingir, el único en el que no tenía que mostrarme educada, ni morderme la lengua para no decir lo que verdaderamente sentía.

—Sí —jadeó él, introduciendo los dedos en mi pelo— Chúpamela como tú sabes. Qué bien.

En condiciones normales, su forma de arrastrar las palabras me habría quitado las ganas. Me habría distanciado de él, física y mentalmente, igual que hacia siempre que estaba cerca de alguien que hubiera bebido de más. Esa noche todas las normas parecían haber cambiado. Bruno no se mostraba beligerante ni melancólico. No tenía que conducir y, por tanto, no pondría en peligro su vida ni la de los de alrededor.

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