Capítulo 40

175 10 0
                                    

Ana no había abandonado la fiesta, pese a mi educada sugerencia. La localicé en el rincón más alejado del jardín, hablando con Bruno. No parecía muy contento. Después, su gesto indicaba que estaba enfadado. No podía oír lo que se estaban diciendo.

No me perdí los brindis. Le habían puesto a mi madre un collar hecho con las lengüetas de las latas y a mi padre un sombrero hecho con un plato de papel y tenedores de plástico clavados a lo largo del borde. La gente se reía y, uno a uno, amigos y familiares se levantaron, dijeron unas palabras y alzaron los vasos para honrar el logro de mis padres.

Todo me parecía una farsa. Nunca pensé que el de mis padres hubiera sido un matrimonio feliz. Puede que hubiera sido un matrimonio que les funcionara, que se moviera a duras penas fingiendo ser satisfactorio, ¿pero bueno? No, al menos no según lo que yo consideraba una relación buena.

Mi madre había tenido un amante. Dejó a mi padre por otro hombre. Saberlo me exoneraba, pero no hacía que me sintiera mejor. No lo había abandonado sólo a él. También nos había abandonado a nosotras. Me había dejado a mí para que me ocupara de él cuando debería haber estado en casa cuidando de sus hijas. Nos dejó, él se derrumbó y las cosas ya nunca volvieron a ser igual.

Sacudiendo la cabeza entre risas, mi madre se negó a levantarse para decir unas palabras. Mi padre no mostró tanta falsa modestia. Se levantó y alzó el vaso, contemplando a los invitados. No se produjo un silencio expectante, pero el murmullo de la conversación se redujo.

Algunos aplaudieron. Otros silbaron alegremente. Detrás de la carpa, Ana tenía los brazos cruzados y una expresión lúgubre y sombría en el rostro.

Mi padre empezó dando las gracias a todos por asistir y a mi madre por haber estado tantos años con él. Bruno se acercó y me rodeó por detrás, la mejilla contra la mía. Yo me puse tensa, esperando a que dijera algo de su madre. No hizo tal cosa.

Ella nos miraba con una evidente mueca de disgusto. Me enfureció su expresión. No era su día, pero, de alguna manera, trataba de que girara en torno a ella, como siempre.

—Y a mis hijas, Mica, Lara, Lucia y Clara —dijo mi padre—, por haber planeado esta fiesta para nosotros.

La gente nos buscó con la mirada. Lara, rodeando a Sean por la cintura con un brazo, y sus hijos en torno a ella como satélites. Lucia, lo bastante retirada de Betts. Clara, enfrascada en una charla con un tipo alto al que no reconocí. Y yo, mirando más allá de la incierta seguridad de los brazos de Bruno.

Todos parecían estar esperando que ocurriera algo.

—Quieren que hables —me susurró Bruno.

—No —dije yo, pero él entrelazó sus dedos con los míos y me dio un cariñoso apretón que me dio fuerza.

—Hace seis meses —comencé—, a mi hermana Lara se le ocurrió esta locura de preparar una fiesta de aniversario. De modo que si lo están pasando bien —se levantó un coro de vítores entre los asistentes— denle las gracias a ella. Y si no lo están pasando bien... denle las gracias también a ella.

La gente respondió con una carcajada y continué.

—Nos alegramos de que hayan venido para celebrar con nosotros estos treinta años de matrimonio de mis padres. Ha habido algunos momentos buenos. Y otros no tan buenos.

Vacilé un momento con la garganta tensa por las lágrimas. Bruno me apretó la mano de nuevo. Fue un suave gesto solamente, para decirme que estaba allí, a mi lado.

—Pero eso es lo que significa ser una familia. Momentos buenos y malos. Permanecer unidos. Compartir lo bueno y estar ahí para echar una mano cuando las cosas se ponen difíciles.

TentaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora