60. La cometa

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Estoy en la playa. Es un día de sol y mucho viento. Las olas impactan en la arena creando un sonido único y peculiar. Repiten esa acción una y otra vez, una y otra vez. Cogen impulso, impactan y retroceden.

Mientras leo mi libro y escucho música de piano puedo ver a un niño con su padre intentando hacer volar una cometa.  Al principio el niño, vestido con una camiseta blanca y unos pantalones a rayas, agarra la cuerda de la cometa y sale corriendo. Pero su acción no tiene efecto sobre el objeto destinado a volar, pues este impacta en la arena como un misil silencioso.

El padre, quien tan sólo lleva un bañador negro, toma el control y agarra la fina y transparente cuerda de la cometa. Mira a su hijo y le dice que levante la cometa mientras él sale corriendo en un intento de hacerla volar. Pero, al igual que el crío, fracasa.

Tras muchos intentos el padre al fin consigue elevarla. Allí está, de color azul y negro en el cielo, como un pájaro. El niño orgulloso corre hacia su padre.

"¡Déjame a mi papi!" dice él. Pero es ignorado y mientras alza su delgada manita con intención de coger su juguete, este aterriza en la arena, otra vez.

Pero el niño no parece triste ni decepciondo. Sonríe y corre hacia la cometa.

"¡Levantala corre!" dice su padre sonriendo a lo que el niño obedece.

El pequeño se dedica a levantar el ligero objeto y su padre sale corriendo. De nuevo, consigue alzarla y el niño, sonriendo corre hacia su progenitor.

"¡Damela papi!" grita eufórico. Pero de nuevo es ignorando y vuelve a bajar su mano vacía, hasta que el objeto cae en picado.

Tras un descanso padre e hijo intercambian puestos y esta vez el pequeño consigue izar la cometa. Esta se eleva más alto que nunca, surca los cielos cual barco en alta mar. Se queda allí quieta, flotando y agitando las guirnaldas azules que tiene colgando en la parte baja. El viento hace su trabajo y, mientras el padre observa con orgullo a su hijo, este ríe. Y su risa invade toda la playa. Al menos hasta que el objeto cae de nuevo.

Pero él no se rinde, y con ayuda de su padre vuelve a elevar la cometa, la cual vuelve a subir a una altura de vértigo. Él intenta enterrar la cuerda en la arena, pero al hacerlo se desconcentra y la hace caer.

No se rinde, la sube una y otra vez, una y otra vez. Sin cansarse de repetir el mismo proceso todo el tiempo. Como las olas.

Sin embargo poco dura su felicidad, pues se le escapa la cerda y se enreda en una palmera, cerca de donde un grupo de personas celebra una barbacoa.

Ahora la cometa parece haber cobrado vida propia. Se mueve en círculos, de un lado a otro, arriba y abajo sin rumbo alguno. En cierto momento se va a la derecha y parece que va a caer pero sube de nuevo. Padre e hijo intentan sacar la cuerda de las hojas de la palmera, pero parece imposible.
En ese instante, unos niños se acercan al triste pequeño. Le miran y a continuación ven la cometa. El padre pasa una mano por los hombros de su hijo y entonces deciden volver a su toalla. El joven decepcionado, camina cabizbajo y sin ganas. Es entonces cuando la cometa se precipita en picado hacia el suelo. Cae y parece que no se levanta de nuevo. El hombre empieza a caminar hacia ella pero el niño corre, vuela y a él se unen dos, tres, cuatro niños más. Trata de subir a por su juguete, pero es demasiado bajito. Una niña sube, seguida por otra. Agarran la cometa evitando su huida y se la entregan al pequeño, el cual la abraza contra su pecho.

Ahora la cometa está en manos de otro niño que la intenta hacer volar, este vestido con una camiseta blanca y bañador rojo.

"¡Me toca a mi, me toca a mi!" grita su anterior dueño.

Los niños se ayudan mutuamente para alzar la cometa mientras sus padres observan a las dos criaturas. Ambos corren y la cometa les persigue y se eleva poniendo una sonrisa en la cara de los niños y un brillo de orgullo en los ojos de sus progenitores.

Mil y una noches de lectura. ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora