19. Obsesión.

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Había vuelto a caer. Otra vez más. Salí a cenar con mis padres. Dije que no quería comer nada. Pero me obligaron. Y comí de todo. Ensalada. Carne. Pescado. Postre. Todo. Me sentía como una maldita foca. Estaba harta. Esto se acabó.

Al día siguiente me comí el desayuno. Al llegar al instituto pedí permiso para ir al baño y lo vomité todo. Me hacía sentir limpia y segura.

En la cena hice lo mismo. Y volví a repetir al día siguiente. Buscaba trucos para adelgazar rápido. Para dejar de comer y disimular que como. Todo era perfecto. Estaba alcanzado mi reto. Muy pocas veces comía algo. Ahora solía hacer la comida picadillo y tirarla al fregadero o al váter. Cuando nadie miraba.

Me miraba al espejo. Me sentía satisfecha. Era igual, o hasta mejor que las modelos de las revistas.

Mis amigas me miraban raro. Parecían preocupadas. Preguntaban si estaba bien.

La verdad es que empezaba a palidecer. Algo de maquillaje lo disimularía. Así la gente dejaría de preguntarme estupideces.

Me invitaban a comer. Pero les rechazaba. Solía decir que estaba muy ocupada o enferma.

Mis padres me descubrieron. Mi madre lloro. Mi padre quiso llamar a un doctor. Pero me negué. Esto era mi vida. Esto es lo que quería hacer. Debían respetar mi decisión.

Ojala me hubiera dado cuenta antes, de que ellos tenían razón.

Mil y una noches de lectura. ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora