24. Encontrando el amor en la cárcel.

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En estos momentos, casi todas mis amigas estarían quedando con sus novios. Ya fuera en el parque, en la discoteca, en cualquier sitio. Pero yo estaba aquí, en la cárcel de la ciudad esperando mi turno para hacerle una visita al gran amor de mi vida. El mayor criminal de todos. El que me robó el corazón al primer segundo.

Todo ocurrió hace un mes aproximadamente. Había ido a la cárcel a visitar al padre de mi amiga. Ella estaba avergonzada por el asunto de que arrestaran a su padre y me pidió que viniera a decirle algunas cosas. Me escribió una carta y me dijo que se la leyera. Las cosas que decía eran... Decía que estaba avergonzada de su propio padre. Que jamás volverá a ser la misma. Que salía a la calle, y la gente la miraba. Que en cuanto cumpliera los dieciocho, que iba a ser pronto, se iba a ir de casa. Lejos de todo. De él. Rompí a llorar. Eran unas palabras tan profundas. Tan llenas de dolor, que solo verlas en el papel te rompía el alma.

Al acabar la visita salí al pasillo. Me senté en una de las sillas e intenté tranquilizarme. Mi amiga no me dijo nada de esto. Yo solo cumplí mi tarea.

Le vi entrar por la puerta. Al principio no me fijé en él, hasta que se sentó a mi lado y pude verlo mejor. Tenía el pelo castaño y alborotado. Pero era un alboroto ordenado. Como algo planeado. Cuando me miró, pude ver los ojos más hermoso que había visto jamás. Eran negros, pero profundos. Y su sonrisa, me dejó muerta. Estaba tan absorta en mi fantasía con el nuevo preso que no me di cuenta de que me estaba hablando.

-Perdona ¿qué has dicho? -Pregunté intentando concentrarme.

-Que por qué estás llorando. -Dijo riéndose de mi comentario.

-Ah, no es nada. -Contesté sonriendo.

Estuvimos hablando solo diez minutos, hasta que un policía vino y se lo llevo a su celda. Me hubiera gustado saber por qué le habían encerrado. Pero algo me decía que era mejor guardarlo en secreto.

Al día siguiente volví para ver al padre de mi amiga. Esta vez era solo por cortesía y por disculparme por lo que hice ayer.

Le vi otra vez. Al misterioso chico de ayer. Ahí estaba, hablando con su abogada. Me miró. Tenía algo en esos ojos negros. Algo que me hacía sentir... Rara. Diferente. Todo cambiaba con una sola mirada.

Todos los días iba a la prisión con la excusa de ver al padre de mi amiga. Pero yo solo le miraba a él. Se había dado cuenta de lo que hacía y me imitaba. En el pasillo, su abogada, que al parecer era su madre también, habló conmigo y me dijo que su hijo quería verme.

Me senté. Cogí el teléfono y empezamos a hablar. Resulta que eramos tan diferentes, pero tan iguales. Ahora iba a la cárcel todos los días, pero para verle a él. Para que sus palabras alegraran mis momentos más tristes. Para que su mirada me hechizara como siempre lo había hecho. Para saciar la sed que tenía de él.

¿Cómo era posible que yo me enamorara de alguien así? Era todo lo contrario a mí, quizás por eso me encantaba tanto.

Mil y una noches de lectura. ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora