12. Un juego empezado entre sonrisas.

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Todas las noches que volvía de las clases le veía. Ahí de pie. Sin nadie más. Siempre fumándose un cigarro y haciendo círculos con el humo. Esperaba a que pasara y se metía al casino. Para ser sincera estaba asustada. Era muy insegura y miedica. Además de que había visto demasiadas películas. Quizás estaba paranoica, pero estaba seguro de que ese chico me acosaba.

Una tarde, volvía de las clases como siempre. Pero él no estaba. Me parecía raro. Aunque quizás solo fueran ideas locas mías y él en realidad solo salía a fumar su cigarro. Pero joder como me equivoqué. Porque ahora en vez de estar en la entrada del casino estaba en la puerta de mi casa. Ahora si que tenía miedo. ¿Qué me iba a hacer? Pasé por su lado mirando al suelo y me dispuse a abrir la puerta. Pero para mi desgracia se me habían olvidado las llaves.

-Genial. -Dije para mí misma.

Todavía faltaba más de una hora para que alguno de mis padres volviera a casa. ¿Por qué hoy maldita sea?

-¿Estás bien? -Dijo una voz a mi espalda.

Me dí la vuelta y ahí estaba. El misterioso chico del casino. Me quedé callada. ¿Que demonios iba a decir? La verdad es que podría haberle dicho que se me olvidaron las llaves, pero no quería parecer estúpida.

-Se me han... Olvidado las llaves. -Sí. Era idiota.

Empezó a reírse. Y con motivo. Me entraban ganas de reírme a mi también. Tenía una risa hermosa y contagiosa a la vez. Pero no me reí.

-¿Quieres que te ayude? -Me preguntó mientras se quitaba la chaqueta para atársela a la cintura.

Espera. ¿Qué?¿Quería ayudarme a abrir mi puerta?

-¿Tienes llave? -Dije algo perdida. Empezó a reírse. ¡Otra vez! ¿Pero qué le pasa a este chico?

Resoplé y me dí la vuelta. Intenté forcejar la puerta por si había suerte. Pero parecía mas estúpida que antes. Unas manos agarraron el pomo de la puerta y a su vez mi mano. Al girarme ví el rostro más bello que podía haber visto jamás. Tenía los ojos más azules que había visto en mi vida y un cabello moreno y brillante.

-Déjame a mí. -Dijo él.

Me eché a un lado y dejé que hiciera, lo que sea que estaba haciendo. Sacó una especie de hilo de hierro de su bolsillo y lo metió en la cerradura girándolo una y otra vez. De repente la puerta de abrió.

-¿Cómo lo has hecho? -Pregunté sorprendida.

-¿De verdad importa? -Contestó sonriendo.

Y no sé por qué. Pero estaba sonriendo yo también. Allí. En ese momento. Con ese intercambio de sonrisas empezó un juego. El nuestro. Y era un juego que estaba dispuesta a jugar y ganar.

Mil y una noches de lectura. ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora