33- Homofóbia

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Los padres de Mateo estaban tan convencidos de tener un hijo y una hija perfectos que en su cabeza nunca cabría la idea de que sus hijos fueran homosexuales. De hecho ni se hubieran imaginado por asomo sus verdaderas orientaciones de sus hijos. Por eso a lo mejor Mateo y Nerea habían vivido con el miedo de sentir atracción por personas de su mismo sexo. Pero por suerte habían antepuesto sus miedos a sus preferencias y, aun que las tuvieran que llevar en secreto, era mejor eso que vivir contenidos y haciéndose pasar por lo que no eran, aun que en parte, ni de eso se libraban. 

Al principio yo no lo entendía, hasta que lo viví en mi propia carne. De cada vez eran más los homosexuales que morían asesinados por nuestra zona y en las noticias no paraban de hablar de ello. Me estremecía solo de ver al padre de Mateo alegrándose de esas muertes cada vez que salía el tema en la tele mientras comíamos. 

¿Cómo podía existir alguien tan repulsivo y asqueroso, capaz de soltar tanta mierda por la boca?

"Parece ser que alguien está haciendo un buen trabajo encargándose de los maricones", "lo que hacen va en contra de la naturaleza", "no sirven de nada", "sólo dan asco". Estas fueron solo alguna de las muchas otras burradas que llegué a escuchar en esa casa. 

Era totalmente comprensible la actitud que guardaban tanto Mateo como su hermana respecto a estos temas. Cuando pasaba una situación de esas yo lo único que me veía capaz de hacer era abrazar a Mateo hasta que se quedara dormido. Encerrándonos en su habitación, con el pestillo puesto, era la única manera de escapar de esa realidad. 

-¿No crees que nos estamos arriesgando mucho? ¿Tus padres no se dan cuenta de que paso mucho más tiempo contigo que con tu hermana, de quien se supone que soy su pareja? -le pregunté.

-Me gustan los riesgos -dijo con esa sonrisa que aun en aquel entonces me costaba de descifrar. 

Entonces Mateo acercó  sus labios a los míos de sopetón como solía hacer. Sin poder despegarme de él seguí el ritmo de sus besos y mis manos descendieron por su espalda hasta llegar a su culo, el cual era más blandito que tiempo atrás. Seguramente porque des de que le habían diagnosticado esa enfermedad desconocida ya no hacía tanto deporte como antes. Sus músculos ya no estaban tan definidos y se le notaban más los huesos.

Me tumbé encima de él y le quité la camiseta para ir descubriendo cada rincón de su piel, cada lunar y cada arruga. Nuestros miembros se iban haciéndo cada vez más duros, mientras reaccionaban el uno con el otro. 

Mateo acercó su boca a mi oreja y susurró:

-¿No te apetece un duelo de sables?

Me reí, pese que seguía sin entender porqué tanto odio a las personas como nosotros dos, quienes nos queríamos sin importar nuestro género y nuestro sexo. 




Secretos De Un Heterosexual [En revisión]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora