#138: The Holder of Denial

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He trabajado en centros de reinserción social e instituciones mentales en todo el país, en incontables ciudades y pueblos. El trabajo no está mal y pagan mejor que en la mayoría de los empleos de baja categoría que he tenido. He tratado de ser una buena chica, ser amable y cortés con otros, pero mi trabajo me ha afectado. Para ayudar a los enfermos y a los arruinados necesitas endurecer tu corazón y aceptar verdades desagradables con respecto a las personas. Aceptar que algunos adictos no quieren restaurarse. Parece que la compasión a veces complace las ilusiones de los enfermos, mientras que a otros hay que restringirlos por su propio bien.

No diré el nombre o la ubicación del lugar en el que trabajo ahora, sólo que he estado aquí mucho tiempo. Cuando recién fui contratada, la paga era poca y el horario muy reducido, y no estaba en posición de quejarme. Había trabajado de recepcionista por una semana o dos cuando un hombre llega, caminando con determinación hacia mi escritorio y preguntándome por ver a The Holder of Denial. Una mirada de confusión debió formarse en mi rostro, porque él se volvió en forma muy repentina, bastante impaciente. Me gritó y yo me encogí de hombros, dio un puñetazo en el escritorio e insistió por ver a The Holder of Denial. Aún estaba tratando de calmarlo cuando mi supervisor llegó. El Sr. Musil miró al hombre y éste se quedó en silencio.

El Sr. Musil se inclinó hacia mi y me dijo “Todo está bien” y llevó al hombre por un pasillo por el que habré pasado unas cien veces sin haberlo notado nunca. El hombre me miró con una sonrisa sombría. Me deslumbró, no había excusa para tanta rudeza como esa y estaba irritada porque fue calmado muy rápidamente por mi supervisor. Me hizo sentir incompetente.

Otros llegaron después, todos exigiendo ver a The Holder of Denial, todos gritando y haciendo la misma escena sólo para que el Sr. Musil llegara y los calmara. Caminé tras ellos una o dos veces, sólo por curiosidad, por saber qué pasaba. Cada vez, el Sr. Musil los guiaba a través de una puerta, los encerraba y se iba. Me sonreía cuando dejaba pasar a esas personas. Una vez dejó la llave puesta en la cerradura y yo casi abro la puerta. Pero cuando mi mano tocó la llave, sentí una sensación enfermiza de culpa, una sensación difícil de digerir en mi interior que ya había sentido antes, cuando hacía algo que provocaba que me castigaran, donde sólo yo era la culpable. Quité la llave y la dejé sobre el escritorio del Sr. Musil. Él se fue más temprano esa tarde.

No fue sino hasta el día siguiente cuando me enteré de lo que le sucedió. El cómo condujo su auto con su esposa e hijos lanzándose desde un puente. El cómo las ventanas estaban bajadas y los cinturones de seguridad abrochados, y el cómo parecía que ninguno de ellos intentó salir del auto. Todos estaban perfectamente sentados cuando la sucia agua del río los precipitó y los ahogó.

La vez siguiente que alguien llegó demandando ver al Holder, me escondí. No pude soportar sus gritos, así que corrí a la habitación de atrás con la esperanza de que la embarazada, de ojos rojos, se fuera a buscar a su “Holder de la Negación” en otro lugar. Ella estuvo gritando por ocho minutos cuando fui al escritorio del Sr. Musil y encontré la llave que dejé allí. La guié a través de la puerta al final del pasillo sin la más mínima señal de malestar. Aunque me pregunté si el Sr. Musil tenía la costumbre de dejarlos salir más tarde durante el día. Él siempre bloqueaba la puerta, por lo que seguramente no estaban saliendo por su cuenta. Debía haber otras salidas en aquél lugar. Era lo más probable

No te preocupes por eso.

Después de la mujer embarazada, la siguiente persona en preguntarme por el Holder era un hombre joven, que apenas comenzó a gritar, le dije tajantemente: “Sólo te llevaré allí si dejas de gritar y me preguntas amablemente”. Él miró alrededor, desconcertado y repitió su pregunta más cívicamente. Temblaba mientras lo guiaba a la puerta, así como los siguientes que también vinieron por el Holder. Todos con miradas perdidas en sus rostros, por unas pocas palabras que no se habían esperado.

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