Capítulo Treinta y Ocho: Luna de Miel

11.4K 602 8
                                    

Andrew

Desperté con una sonrisa en el rostro y estiré mis piernas que aún se encontraban enredadas junto con las de Annie.

No podía creer aún que yo estuviera casado con ésta increíble mujer, con su perfecta sonrisa que moría por ver cada día de mi vida y su singular forma de amarme.
Mi esposa era perfecta en todas las formas posibles y en cada escena en la que ambos pudiéramos estar.

Esposa.

Aún sentía como me volvía loco cada vez de que alguien llamaba así a mi mujer, o solo con hacerlo yo mismo, sentía mi mundo girar con vida propia y a mi corazón latir a miles de revoluciones con tan sólo escuchar esa palabra al referirme a mi amada Annie.

No podía ni siquiera imaginarme lo bien que me podía llegar a sentir con tan solo sentir su piel junto a la mía, sus piernas enredadas entre las mías y verla sonreír aún dormida por el resto de mi vida.

No podía imaginarme así durante muchos años.

Es decir, adoro esto, pero sé con exactitud que Annie siempre hará con cada uno de mis días algo diferente, único. Haciendo que me enamore aún más de ella en el proceso.

Si algo he aprendido del amor es que no siempre será igual. Siempre habrá días buenos y días malos, sonrisas y lágrimas, felicidad y tristeza; pero estaba seguro de que con mi amor sería suficiente para que nuestro matrimonio superara cada crisis que nos pudiera pasar.

Incluso ahora. No iba a dejar a mi esposa sola en ningún momento y más sabiendo que Brigite estaba tras de ella.
Aunque Annie no me lo quiera decir sé que esa mujer está detrás de ella, quiere acabar con mi esposa y eso es algo que simplemente no voy a permitir. Es mi esposa y la luz de mi vida, suficiente razón para cuidarla hasta con mi vida.

No podía perderla en ningún momento, no podía perder a mi Annie por nada del mundo porque sin ella me sentiría sólo y vacío, lo sé con seguridad. Lo había provocado y desde entonces no podía perdonarme el haberla lastimado tanto como para haber partido su corazón con mi partida.

El dolor me cegaba y no pude ver el gran amor que Annie me profesaba y del que ella estaba segura que duraría para siempre. Ese inmenso sentimiento que juró que era suficiente para mantenernos de pie a ambos.

Nada, nunca, nadie me dijo que yo era la luz de sus ojos cuando el dolor me estaba consumiendo. ¿Por qué? Fácil, yo no permití que alguien tan siquiera se me acercara para ayudarme o hacerme ver la clase de mujer que me esperaba con los brazos abiertos a pesar de que me había convertido en un hombre roto y vacío.

Simplemente me sentí perdido sin la guía de mi padre, sin sus sonrisas y de las miles de maneras en las que me demostraba que era todo un caballero hecho y derecho.

Recordaba las miles de lecciones que me había dado en su despacho para ayudarme a ser lo que soy ahora, un hombre, pero no cualquier hombre, sino más bien el hombre que Annie necesitaba a su lado. Valiente, seguro y tan fuerte como para soportar el dolor de ambos y superarlo.

Ahora agradecía infinitamente la desición que obligó a nuestros padres a decidir que nos conociéramos en ese viaje a Italia que jamás olvidaré. Por primera vez me di cuenta en toda mi vida de que podía enamorarme de verdad. Dejar a un lado mi faceta de conquistador y sentar cabeza para que Annie se quedara a mi lado.

Aún había mucho que enfrentar en nuestras vidas, pero estaba seguro de que las enfrentaríamos sin problema alguno porque estaríamos juntos en todo momento, como debía ser y será desde el momento en el que ella me eligió como su esposo.

Su esposo.

Miré a mi mujer recostada en mi pecho, sonriendo mientras aún seguía soñando y estaba seguro de que era con nosotros con lo que ella imaginaba. Con esta nueva vida que ahora estábamos a punto de comenzar.

Amor Por Contrato ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora