Collar de cuna

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Abrí mis ojos con violencia cuando recuperé la consciencia, tenía los sucesos de la noche repitiéndose en mi cabeza. No podía hacerlos detenerse. Había un inusual olor a lobo impregnado en mi nariz, debía deberse a las visiones, habían sido tan brutales que mi propia piel se erizaba.

Ignoré esas respuestas de mi cuerpo.

Empujé mi cuerpo hacia arriba, para levantarme, pisé las cartas y las arrastré hacia debajo de mi cama. La luz y los sonidos que entraban por la ventana eran propios de la media mañana, mi estómago se apretó pensando en lo tarde que sería advertirle a Abel sobre lo que había visto. A esta hora ya debía estar deshecho.

Abrí mi baúl intentando desnudarme lo más apresurada posible, saqué mi vestido más oscuro y mientras me lo ponía, las lágrimas se escapaban de mis ojos. Yo sabía cómo se sentía perder a un padre, y si ese padre era amado resultaba ser la cosa más terrible que se podía experimentar.

No podía evitar recriminarme el no haberlo intentado un poco más anoche, debí haber puesto de pie e ir con mi amigo, no dejarme vencer por el agotamiento. Debí...intentarlo más. Abel lo merecía.

Estaba enfurecida conmigo misma, cuando vi mi reflejo en el espejo aparté mis lágrimas con rudeza. Imaginar la desdicha de mi amigo evocaba la mía. Dioses, él iba a necesitarme, no importaba lo que pensara el resto de los pueblerinos. Abel me necesitaba y si eso me condenaba a pasar bajo el duro escrutinio de su manada lo soportaría. Porque él lo merecía.

Me hice un recogido improvisado y endurecí mi expresión. En mi familia teníamos una mascada bordada que utilizábamos como honor hacia los muertos, era de encaje negra y tenía bordadas los símbolos que representaban la transición de nuestro espíritu. Oculté mi cabello con ella, intentando hacerme menos visible, aunque sabía que sería inevitable, solo mi olor me delataría para ellos.

Pasé al baño para lavar mi rostro y seguía percibiendo el olor a lobo, era muy perceptible. Acuné el agua fría en mis manos y empapé mi rostro suspirando al final, cepillé un poco mis dientes con pasta de menta y escupí. Tomé una respiración profunda para llenarme de valor.

Sentía mis músculos tensos y un nudo apretándose contra mi garganta, no me di cuenta, pero ya estaba frente a la cocina. Allí estaba mi familia.

—El padre de Abel murió anoche —musitó mi abuela alcanzándome—. Ya lo sabes, ¿no es así? —ella tenía una expresión agotada, como si no hubiese dormido nada—. Dioses, Abel debe estar deshecho.

Su confirmación a la trágica noticia hizo que me sintiera horrorizada, ahora era real.

—No puedo hablar ahora, abuela —mordí mi labio negando.

Fui hacia el mostrador en nuestra sala y busqué el frasco que contenía una loción para ocultar olores, esto sin dudas me haría más tolerable para los lobos.

No quería llamar la atención, solo deseaba poder pasar desapercibida para ver a mi amigo.

—Espera, espera un segundo, debemos hablar sobre algo.

Mi abuela me había seguido, el viento trae hacia mí el mismo olor a lobo que percibí arriba, esta vez era como si ella lo desprendiera.

No lo entendía, miré el frasco en mis manos con sospecha.

—Esto realmente funciona —mascullé y comencé a tallarme los brazos con el líquido en mis manos—. Abuela, no tengo tiempo, la muerte de Claus ha sido horrible, debo ir con Abel ahora mismo. Lo siento, pero creo que lo que debemos hablar puede esperar.

Salí de su alcance antes de que pudiera sujetarme y caminé hacia el sendero. Mi abuela no me siguió, pero mamá gritó mi nombre, no le presté atención y continué.

La bruja y los lobosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora