Pedir perdón

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Estaba en una sala grande y confortable, los muebles eran clásicos y de buena calidad, había pinturas en las paredes de mágicos artistas conocidos y adornos de plata lujosos. La espalda me dolía por mantenerla tanto tiempo recta, pero no quería que pensaran que me sentía fuera de lugar, aunque así fuera. Y estaba tan asustada, allá abajo, mi magia tenía que haber tumbado el grillete de mi tobillo, pero no fue así.

Sentí el vacío, el eco en mi sangre de algo que faltaba.

Ese grillete tenía que haber cedido.

El metal había tenido que responder a mí.

Los elementos responden a los brujos, porque somos lo mismo, pero yo...ni siquiera siento mi magia. Nunca me había sentido tan hueca, sin propósito, sin alma.

Quería creer que el grillete estaba hecho de otra cosa, quería creer que solo me encontraba demasiado débil por el golpe en mi cabeza.

Miré a Josh, él no me quitaba los ojos de encima. Quise hacerle una gesto obsceno, pero estaba más allá de eso ahora, la preocupación era lo único para lo que tenía espacio. Christina se levantó de mi lado y avisó que iría a buscar algo con lo que me pudiera cubrir, tenía la manta, pero ella masculló algo sobre no ser adecuado.

Cuando me dejó sola con los dos lobos los encaré.

—¿De qué está hecho el grillete que hay en la celda? —pregunté sin rodeos.

El futuro alfa intercambió una mirada con su hermano, enarcó su ceja y me ignoró por completo, cediéndole el lugar a su hermano para contestarme: —Uno supondría que una bruja sabría lo que es el metal.

La expresión devastada de mi rostro debió ser evidente, ambos lobos arrugaron sus frentes.

—¿Por qué? —quiso saber Josh.

Me forcé a desaparecer las emociones nerviosas y las disfracé con altivez.

—Por nada que te concierna, Justin.

Giré mi rostro con aburrimiento fingido, apretujaba mis dedos y dejé de hacerlo sabiendo que era una actitud nerviosa que ellos sabrían leer. Puse las manos sobre mi regazo y miré mis anillos, quise adquirir energía de ellos, pero nada pasó, ni siquiera una chispa.

Maldición.

No había hecho nada como para que dejaran de funcionar, solo que... alguien más lo hubiera hecho.

—¿Alguno de ustedes tocó mis anillos?

Josh se echó hacia adelante, odiaba que fuera tan enorme y que tuviera ese maldito poder animal. No me atreví a retirar mi mirada.

—Los únicos que te pusieron las manos encima fueron el forastero y Abel —su nombre hizo que mi corazón punzara, reprimí las emociones, lo reprimí todo—. Tus preguntas son demasiado específicas como para no significar nada, ¿Qué ocurre?

Tragué saliva.

—Ya te lo dije, Justin —sonreí, retándolo—. Ve a olisquear el trasero de otro.

Vi la ira y como su cuerpo la recibía tensándose. No era prudente para mí que lo provocara cuando mi magia no respondía, pero estaba tan acostumbrado a fastidiarlos que se me era imposible evitarlo. Tampoco creía que fuera capaz de matarme frente a su madre.

Christina cruzó la habitación con elegancia, sostenía algo doblado contra su pecho y unas zapatillas, una criada la seguía con una bandeja, parecía estar incluso más nerviosa de lo que yo estaba, la bandeja se sacudía por sus temblores.

La bruja y los lobosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora