El resto del mundo

2.7K 310 29
                                    

Quienes los cazaban se hacían llamar "Seguidores", repudiaban a los brujos y quemaban aldeas enteras hasta reducirlas a cenizas. Maureen se preguntó qué habría pasado si nunca hubiera dejado la manada de Josh, ¿seguirían ellos con vida? La verdad no lo sabía.

Acarició su vientre abultado y observó a Peter dormir.

Se preguntó también si la muerte de su familia era su culpa.

Fue ella quien decidió dejar la manada, después de todo. Toda su vida había soñado con conocer los aquelarres de brujos donde eran libres y vivían sin ser juzgados, había anhelado eso por mucho tiempo. Peter se había entusiasmado con la idea de viajar a su lado, ambos estuvieron contentos con eso.

Viajaron durante varios meses, sin preocuparse por los rumores de aquellos que encendían hogueras. Maureen nunca pensó que llegarían tan lejos. Nunca pensó que una masacre tan atroz pudiera desatarse. Pero había un hombre que permanecía en las sombras, un hombre con solo egoísmo y odio en su corazón, quería a los brujos muertos, por envidia y temor hacia sus poderes. Atrapaba las mentes de otros y los contaminaba con su mismo desprecio.

El resultado era la guerra. La muerte.

Se estremeció adolorida al pensar en su madre, ella y su abuela se habían sacrificado para llevar a los seguidores a ellas, le dieron tiempo para escapar con Peter. Maureen dudaba que otros más además de ellos hubieran sobrevivido, no habían pasado tanto tiempo en ese aquelarre, pero no significaba que la muerte de esos mágicos no le doliera.

Habían sido brujos. Chispeantes. Vivos.

Como ella. Como su familia.

En las noches más oscuras, cuando el bebé que crecía dentro de ella no la dejaba dormir, pensaba en el resto del mundo, en todos aquellos a los que había conocido.

¿Seguiría vivo Abel? ¿Dónde estaría ahora?

Se sabía que los Seguidores tenían una fijación por los brujos, pero Maureen sentía que ninguna parte era segura ahora. Ni siquiera en esa pequeña cabaña en tierras humanas a la que se vieron obligados a emigrar.

¿Viviría su pequeño hijo con miedo? ¿Sería perseguido por ser mestizo?

—Maureen —la voz de Peter apaciguó su mente aterrorizada—, ¿te sientes mal?

—No —suspiró.

—¿Tienes pesadillas?

—Mi mente es mi pesadilla —susurró, girando su cuerpo hacia él.

Peter la llevó más cerca, invitándola a esconder su cabeza en su cuello, mientras que él la rodeaba con su brazo.

—No permitiré que nadie te haga daño —prometió.

Lo sabía.

Él la protegía siempre. Tanto que a veces le resultaba abrumador.

—¿Crees que deberíamos volver a casa?

A la tierra de todos los mágicos, donde no debían ocultar lo que eran.

—Es peligroso.

—Pero podríamos regresar a la manada, podríamos... —se detuvo, porque su bebé se había movido, como llamando su atención—. Al menos sabríamos lo que está pasando.

—Regresar es peligroso. Volver a la manada lo es aún más. No puedo arriesgarte así —dijo—. Aquí al menos podemos sentir si algo se acerca.

Porque la tierra humana estaba infestada de una calma tormentosa que en ocasiones la mareaba, era la falta de magia. Por eso era más fácil sentir cuando algo era diferente.

—Sé que a veces es insoportable, Maureen —continuó—. Por favor, solo llevamos un par de semanas, inténtalo un poco más.

Lo estoy intentando.

Tomó su aroma en una aspiración y cerró sus ojos. Él tenía razón. Regresar era arriesgado, tendrían que atravesar muchas tierras vigiladas y asaltadas para volver a la manada, no había forma de que algún Seguidor no pudiera percibirla, estaba embarazada y era una bruja, la energía que brotaba de ella podía sentirse a kilómetros.

Y el solo pensamiento de que algo le ocurriera a su bebé la hacía sentir dolor.

Sintió sus labios tibios rozarle la frente.

—Desearía tener el poder de cambiar las cosas —lo escuchó decir—. Desearía poder hacer el mundo seguro para ti. Pero no tengo ese poder y todo lo que puedo hacer es intentar mantenerte a salvo aquí.

—Lo sé, Peter —se apretó contra él—. Es solo que a veces me duele pensar en que el futuro de nuestra familia será ese, escapar, intentar sobrevivir.

—Yo no lo veo así —se alejó lo suficiente para poder ver sus ojos, Peter sonrió—. Creo que tenemos la capacidad de vivir más allá de eso, como cuando me sonreíste cuando llevábamos días sin comer, como cuando nos acariciamos cuando nos desplomábamos en el suelo por el cansancio. Sí, estamos huyendo, pero seguimos viviendo cada momento que tenemos con absoluta entrega. Está bien tener miedo a veces, pero no es eso lo que domina nuestras vidas, no cuando cantas mientras preparas el té o cuando bailas en las noches de luna menguante. No creo que nuestra vida sea horrible, ha sido difícil, pero estamos juntos y eso hace cada momento de mi vida valioso.

Tragó el nudo que se había formado en su garganta y asintió.

Peter decía no tener el poder de cambiar el mundo, pero lo hacía, cambiaba su mundo, tenía la capacidad de alejarla de la oscuridad y regresarla a su lado, donde las cosas siempre se volvían más llevaderas.

Cuando él le decía esas cosas y la mimaba con caricias, se olvidaba del resto del mundo. No existía su miedo, no existía su ansiedad, no existían sus terribles perdidas. Solo...la certeza de un futuro. Un futuro que a su lado, no importaba lo que sucediera, chispeaba como su magia y era hermoso. 

La bruja y los lobosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora