Secreto revelado

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Peter.

Vi su cuerpo caer, pero no dejé que tocara el suelo, me resultaba repulsivo seguir permitiendo que se hiciera daño. Temía que el golpe en su cabeza hubiera sido grave. La apreté contra mi cuerpo, tenía la necesidad de revisarla, de aliviar sus malestares. Ella no abrió sus ojos, estaba inconsciente.

Los lobos se acercaron a nosotros, sabía lo que las manadas le hacían a los intrusos, sabía lo que le hacían a los traidores.

Si ellos le ponían las manos encima por mi culpa...

—¿Qué ocurrió? —inquirió un hombre abriéndose paso entre los suyos, tenía el cabello rubio recogido en una coleta y era el único que estaba vestido por completo. Me miró con desconcierto, pero su expresión cambió cuando vio a Maureen en mis brazos, la rabia, el miedo...Su cuerpo se sacudió resistiéndose al cambio—. ¿Qué fue lo que le hiciste? —exigió.

Su tono y postura me hicieron querer inclinar la cabeza, pero resistí el impulso. No iba a inclinar la cabeza ante ellos, no cuando ella estaba en mis brazos. No se merecía tal demostración de debilidad.

El hombre rubio quiso seguir acercándose, pero el alfa lo detuvo.

—Cálmate, Abel —su voz era rasposa, el cambio a su cuerpo humano todavía era muy reciente. Retrocedí hasta que mi espalda dio con el tronco de uno de los árboles. Los ojos del alfa brillaron cuando me miró—. Si quieres seguir vivo no hagas nada estúpido —temblé—. Abel, toma a Maureen.

Gruñí.

No. De ninguna manera.

Nadie la toca.

Tal vez hubiera podido mantenerlo alejado, pero dos hombres más me sujetaron y ella fue arrebatada de mis brazos. Cuando fue puesta sobre los brazos de Abel, su cuerpo se transparentaba bajo su delgado camisón, el hombre podía verlo y quise sacarle los ojos, pero él...la cubrió con su chaqueta. El respeto con el que lo hizo me desconcertó.

El alfa caminó hacia mí y puso sus manos sobre mi cuello.

—¿Quién eres? —me olfateó—. ¿Qué haces aquí?

Veía a Maureen, era ella todo lo que me importaba y no podía concentrarme cuando ese hombre la estaba tocando, acariciaba su rostro, como si lo conociera. Era como hubiera fuego corriendo por mis venas, quería arrancarle las manos, destrozarlo, dejarlo tan mal que no pudiera nunca pensar en tocarla de nuevo.

Tenía que quitarle las manos de encima. Tenía que...

—Tiene que ser atendida por el médico, Josh —masculló el hombre que la tenía en sus brazos.

El alfa solo asintió.

—La quiero en una celda después, ¿entendiste? —la mirada con lo que lo dice no dejaba lugar para argumentos—. Sin protestas, Abel.

Se la iba a llevar. La iba a alejar de mí.

Intenté soltarme del agarre que tenían sobre mí, pero solo logré que me pusieran contra el suelo.

—No has respondido a ninguna de mis preguntas —dijo el alfa—. No quiero preguntar de nuevo.

Comencé a balbucear.

—Acabo de llegar aquí, señor —mentí—, quería hablar con el alfa, pedirle asilo —algunos lobos se rieron. Maureen no estaba equivocada, eran unos bastardos—. Entonces encontré a la señorita, se asustó e intentó correr, pero se cayó y golpeó su cabeza.

Enderezaron mi cuerpo con violencia, busqué a Maureen, pero ya no estaba, el rubio se había llevado.

—Bien, mi padre te interrogara a ti y a la bruja, será el quien decidirá su suerte —le dirigió una mirada a sus hombres—. ¡Llévenlo a las celdas!

La bruja y los lobosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora