Deseos ocultos

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—¡Abel! —grité.

Era eso. No había querido creerlo, no después de conocer a Peter. Mi amigo siempre había estado idiotizado por la idea de una mitad que nunca creí que fuera capaz de...quererme como algo más que su amiga.

—Abel, por favor, escúchame —podía verlo a varios metros frente a mí, internándonos más y más en el bosque—. ¿Por qué no me dijiste nada de esto?

Se detuvo girándose con rabia en mi dirección.

—Porque...porque no me diste la oportunidad. Las cosas estaban tan tensas que...Pensé en esperar a que fuera diferente. A que Josh fuera alfa y cambiara las cosas. Y entonces...tú y yo peleamos.

Negué.

peleaste conmigo. Me apartaste porque creíste que era capaz de matar.

—Y lo lamenté, Maureen —me señaló—. Pero tú siempre me rechazaste. Siempre.

—¡Eso no es verdad!

Lo había alcanzado, estábamos frente a frente.

Quiso darse la vuelta, pero sujeté su brazo.

Y mi cabeza se llenó de imágenes.

*****

Ella era tan terca, no sabía cuidar de sí misma. Se la pasaba trepando árboles y cayendo de ellos. Y allí estaba yo, curando sus rodillas raspadas, cuando ni siquiera debía estar mirándole las piernas desnudas a una señorita.

—Niña tonta y necia —le reclamé.

—Ayer aprendí como fundir mi olor con el del bosque, ningún lobo malo me va a descubrir —se jactó.

Sonreí, porque cuando ella sonreía era incapaz de sentir otra cosa que no fuera eso. Su sonrisa.

—Mira, falta allí —se quejó señalando una zona de su pálida pantorrilla. Soplé el raspón para que no le ardiera. Una voz en mi cabeza me regañaba, se parecía a la voz de mi padre. Decía: "No, no debes tocarla. Es una dama".

*****

—¿Qué estás viendo? —exigió Abel.

—Lo que me estas mostrando —tosí.

Había entrado en la mente de Abel, había vivido uno de sus recuerdos. Pensé que se apartaría, pero Abel tomó mis manos con fuerza y me mostró.

*****

Maureen estaba frente al arroyo, sus pies estaban dentro del agua. Movía su cuerpo como si bailara, pero ese baile nunca lo había visto en los salones. Este me parecía demasiado...indecoroso. Su cuerpo fluía como si sintiera las ondas del agua atravesándola, convirtiéndola en eso.

Sabía lo que "indecoroso" significaba y lo que sugería, pero yo...pensaba que ella se veía preciosa.

En uno de sus movimientos su blusa se levantó, revelando un trozo de su vientre.

Aparté la mirada con el calor fundiendo mi rostro. El corazón se me aceleró y sentí pánico.

—¿Qué te pasa? —me preguntó ella.

¿Se había dado cuenta? ¿Estaría molesta?

No debí haber visto eso. Era incorrecto.

—Lo siento —tartamudeé.

—¿Por no prestarme atención? —inquirió—. Acabas de perderte mi primera forma de agua, Abel.

La bruja y los lobosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora