Un sollozo se quedó atrapado en mi garganta, no podía moverme, no podía gritar. Era mi papá. Mi papá. Él estaba aquí. Frente a mí.
La sabía, en mi corazón siempre lo había sabido.
—Papá.
Parecía irreal. Parecía un sueño. Él lucía tal y como lo recordaba, como si no hubiera envejecido. Pero...estaba diferente, su piel antes había sido del color de la canela y ahora tenía un aspecto glacial. Su rostro cuadrado estaba limpió, con la barba afeitada y los rasgos acentuados, sus ojos grises lucían preciosos, pero tenían una mirada astuta y arrogante que me aterrorizó.
Era él, pero...cambiado.
—Maureen —respiró y por un momento me miró como solía hacerlo antes. Los lobos se erizaron—. Mi sol, mi luna, mi vida.
Vino a mí en un parpadeó, todos se apartaron cuando él me abrazó. Cada pedazo quebrado de mi alma se levantó, se aferraron a él, lloraba.
—Estás aquí —lloré—. Estás aquí.
Cuando había llorado noches enteras creyéndolo muerto, creyendo que nunca más iba a escucharla llamarme de esa forma.
«Mi sol, mi luna, mi vida». Era una canción, la que cantaba cada noche para mí.
—Por supuesto que estoy aquí —no me importó su tono superficial—. Tú eres mi luz, mi vida.
Era su voz, lo abracé con más fuerza, temiendo que se esfumara, que esto fuera un sueño. No quería dejar de abrazarlo, ni de sentirlo, aunque estuviera frío. No me importaba. Era mi papá.
Y me había dolido durante mucho tiempo su ausencia.
—Papá.
La palabra salió ahogada por mi llanto, no podía parar.
Sentí su labios raspar contra mi frente.
—Te he estado buscando desde hace mucho tiempo, Maureen —me estremecí, quería creer que era por sus palabras, pero en realidad era por cómo se sentía. Demasiado frío—. Tanto tiempo.
Tenía tantas preguntas por hacerle.
Se suponía que él...estaba muerto, mamá lo había visto.
—¿Tu madre está aquí? —cuestionó, su voz tembló un poco. Asentí—. Perfecto.
Alejé mi rostro, obligándome a soltarlo un poco. Sus dedos helados me acariciaron el rostro con cariño, tenía una sonrisa pequeña y yo parecía ser lo único que le importaba.
Lo miré a los ojos y en lugar de encontrar vida, calor y amabilidad, me topé con una cubierta extraña.
—Mamá los vio morir —balbuceé, mi garganta ardía.
—Sí, pero hay otras tantas cosas que no vio —su sonrisa creció y me mostró sus colmillos. Besó mis lágrimas—. Necesito ver a mi esposa.
Su posesividad también era extraña para mí.
El rostro de papá se endureció de forma radical cuando escuchamos a un grupo de lobos subir por las escaleras. El aquelarre de vampiros rió y mi padre chasqueó la lengua.
Josh apareció con la mirada de un asesino.
—Tú —gruñó señalando a mi padre. Tenía la ropa sucia y a medio poner, se veía colérico—. Has llamado a la guerra con mi pueblo. Tu castigo será salir como un cadáver.
Noté el miedo en sus ojos cada vez que su atención paseaba por la habitación, buscaba a Ivy.
Mi padre se rió. Y no lo reconocí.
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La bruja y los lobos
Hombres Lobo"Era magnifica. Perfecta. Perfecta. Perfecta. La voz en mi cabeza no se callaba, seguía gritándolo y lo supe, supe lo que era para mí, supe lo que éramos. Ella ya se había ido, pero yo me quedé en el suelo, me miraba a mí mismo, tan delgado que los...