Como las plumas de un cuervo

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La luz entraba por la ventana, veía las partículas de polvo flotar por la habitación, estuve un largo rato haciendo eso, solo observando. Mi pecho subía y bajaba acorde a mi respiración, era lenta y floja. Me acomodé para acostarme sobre mi costado, pero me sentía envuelta y apretada, era la toalla, seguía cubriéndome el cuerpo.

¿Qué es esto?

La voz me salió áspera y la garganta me dolió. Llevé mis manos a mis ojos y los froté, los sentía hinchados.

Había tenido un lapsos, los recuerdos era difusos. El día de ayer había asistido al funeral de Claus, Abel me rompió el corazón y yo regresé a casa odiándolo todo. Nunca me había sentido tan rechazada y ofendida, aun cuando toda mi vida los lobos me habían tratado de esa forma.

Los dedos de mi mano se escurrieron por mi rostro y llegaron hasta los collares de mi cuello.

Mi collar.

Rasguñé mi cuello cuando tomé el dije entre mis dedos, mi respiración se atoró y sentí lo que me había poseído anoche. Lo recordé. Me desgarró. Sentía el peso del collar como si alguien me estuviera pisando el pecho, presionando y presionando, queriendo romperme.

Jadeé.

Yo misma comencé a tirar del collar, no soportaba la sensación de tenerlo puesto, no lo quería. Me estaba haciendo daño a mí misma, sabía que dejaría marcas, pero no me importó. Las consecuencias no me importaban. No podía vivir con esto.

Lobo.

Solo podía verlos a través de mis recuerdos, la forma en la que me trataron cuando era niña, escupiéndome, atacándome. Y Abel...él había sido mi amigo y me odiaba, me repudiaba, pensaba que...Lo que me hizo se sentía peor que todo lo que había vivido a lo largo de mi vida. Era una asesina cruel ante sus ojos.

No valía nada para ellos, nada. Y ahora la diosa pretendía hacerme depender de ellos.

Estaba equivocada si pensaba que iba a permitirlo.

Iba a conseguir quitármelo, de alguna u otra forma.

La puerta de mi habitación se abrió, sabía que era mi madre la que estaba allí, la miré de reojo, pero no me detuve. Ella hizo un sonido de terror que reverberó en mí. Casi tropezó al lanzarse hacia mí, me sujetó las muñecas con dureza contra los lados de mi cabeza. Peleé, peleé como una desquiciada.

—¡Maureen! —se le rompió la voz—. Basta, detente ahora. Basta.

Escucharla tan preocupada hizo que me detuviera.

—Esta familia fue maldita —sentencié—. Pero ¿Por qué? ¿Qué hemos hecho mal? ¡Explícamelo, madre! ¿Hay algo que yo no sé? —lagrimas gruesas resbalaban por mis mejillas.

Sus ojos mieles me estudiaron, sabía que su magia estaba intentando revisarme, pero mi propia magia la bloqueaba.

—Dime que está mal, amor mío —soltó su agarré en mis muñecas cuando sollocé, intentaba secar las lágrimas, pero cuando quitaba unas, otras ya las estaban remplazando—. Respira, Maureen —su voz fue dulce, me habló como si todavía fuera su niña—. ¿Qué está mal?

Vacilé, la voz se me rompía, era inentendible, pero mamá espero paciente a que yo pudiera decir algo con claridad.

—Es mi collar —farfullé—. Reveló su palabra.

—¿Tan terrible es, Maureen?

—Estoy maldita —afirmé.

Era difícil verlo de otro modo. Mamá me apretó contra su pecho, abrazándome tan fuerte que nunca quise que me soltara.

La bruja y los lobosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora