Maureen Luciany cayó de rodillas frente al arroyo, metió sus manos en el agua helada sintiéndolas arder, estaban negras por la suciedad, las restregó con furia, sus uñas raspando su piel, le dolía, pero eso quería ella, sentir dolor. Lagrimas ardientes rodaban por su rostro manchado de hollín y tierra, intentó limpiarse, pero el agua en su rostro se sintió peor.
Estaba aturdida, aún escuchaba los gritos, esos gritos que la perseguirían por el resto de su existencia. Cenizas se le habían metido en la boca y ella...vomitó, arqueándose sobre el suelo, aferrando sus manos a la tierra.
Había sucedido tan rápido, todo tan malditamente rápido.
Escupió y un sonido agudo de puro sufrimiento salió de ella, golpeó la tierra, golpeó el agua y siguió sollozando, gritando, quería que todo el maldito mundo la escuchara. Pero un brazo la rodeó y una mano cubrió su boca empujando su cabeza hacia un duro pecho, el aroma de Peter la envolvió.
Era su Peter.
—Sé que te duele —susurró él contra su oído, su voz áspera como una lija—. Por favor, Maureen, detente —ella no había parado de gritar—. Nos van a encontrar, por favor.
Se detuvo, solo porque el pensamiento de Peter siendo arrebatado de ella era insoportable. Deshecha dejó que él la sostuviera y la abrazara, no les importaba estar sobre la suciedad de sus fluidos, no les importaba nada cuando habían estado en medio del infierno.
Y escaparon, pero a cambio, su madre y su abuela se habían sacrificado.
Era insoportable, más allá de insoportable. Era una explosión dentro de ella que no podía detener. Ellas los habían obligado a marcharse mientras intentaban detener a ese hombre que...quemó toda la aldea, los volvió cenizas y muerte, negrura infinita.
«A aquellos con magia en la sangre deberéis cazar y que el fuego se alimente de sus almas condenadas».
Maureen volvió a vomitar.
Peter acarició su espalda de arriba abajo, consolándola, mirando sobre su hombro todo el tiempo, él estaba tan sucio como ella, su cabello oscuro se pegaba en su frente sudorosa y manchada, tenía la respiración entrecortada y no podía dejar de temblar. Era ella, se dio cuenta, ella era la que temblaba.
—Tenemos que seguir —decidió él—. Toma un poco de agua.
Maureen no podía moverse, Peter lo hizo. Entre sus manos tomó las de ella y las frotó juntas lavándolas lo mejor posible, dejó las de ella sobre su regazo y con las suyas recogió agua para luego ofrecérsela cerca de su boca.
—Bebe, Maureen —ordenó.
Su tono no dejó espacio para la desobediencia, ella inclinó su rostro y él se encargó de todo lo demás. Peter nunca le hablaba de esa forma, no a ella, pero era consciente de que necesitaba de ese tono para despertarla de su aturdimiento y dolor.
Los dedos de Peter enjuagaron sus lágrimas, sus pulgares limpiaron sus mejillas y su boca, el rostro de él estaba endurecido y tenso. Cuando terminó hizo que se pusiera de pie.
—Vamos.
La tomó de la mano y siguió adelante, ella apenas sintiendo algo más que la explosión que todavía se extendía en su interior. En su cabeza. Esos eran los gritos de las personas, los niños...Todo había sido tan rápido. Habían estado escapando del caos que ese hombre estaba desatando sobre los aquelarres de brujos, iniciando hogueras, reuniendo personas para que lo apoyaran a asesinar, quemar y destruir.
La aldea en la que habían estado era una pequeña, pensaron que estarían a salvó porque había manadas de lobos rodeando las tierras. No fue así. Al amanecer el fuego inició y empezaron a tomar a los brujos para lanzarlos dentro de las hogueras, el lugar se infestó con el olor a la magia rápidamente, pero había una especie de sabana oscura que los cubrió y hacía de la magia en sus venas una vacilante, temerosa.
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La bruja y los lobos
Lobisomem"Era magnifica. Perfecta. Perfecta. Perfecta. La voz en mi cabeza no se callaba, seguía gritándolo y lo supe, supe lo que era para mí, supe lo que éramos. Ella ya se había ido, pero yo me quedé en el suelo, me miraba a mí mismo, tan delgado que los...