Cacería

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Peter.

Mitad.

La primera vez que había pensado en ese término apenas era un cachorro. En ese entonces trabajaba para un zapatero llevando recados, en medio de la plaza más concurrida del pueblo vi una pareja reclamándose por primera vez. Ambos miraron sus ojos y sus rostros parecieron llenarse de vida. Creí haberlos brillar. Mi corazón latió mucho, pensé en que había sido el acto más sublime que había presenciado alguna vez. Más tarde le pregunté al zapatero sobre eso y él me dijo algo que nunca pude olvidar: "Eres afortunado, Peter. Presenciar el encuentro de dos almas destinadas a encontrarse es lo más sagrado en la tierra. Esas dos personas están hechas la una para la otra, perfectas para encajar. Mitades. Eso es lo que son. Así que escúchame bien, cachorro, cuando un olor dulzón venga a ti encuentra a la persona que lo desprende, porque esa persona será tu corazón".

Lo dioses lo bendijeran por cada una de sus palabras. Sabias. Siempre sabias.

Sin embargo, ahora existía algo aún más sublime que aquel encuentro. Algo que para mí era invaluable. Haber encajado con Maureen por primera vez había sido el acto más bello y celestial.

Mi corazón vacilaba todavía cuando rememoraba la forma de ofrecerse a mí. De entregarse, de confiar, de creer. Yo también lo había hecho, sin temores ni reservas. Tuve la certeza de que ella no volvería a rechazarme.

Le di mi alma, mi cuerpo y le daría mucho más. Todo lo que estuviera al alcance de mi vida mortal.

La observé dormir junto a mí, su cabello de fuego estaba esparcido por las almohadas, su pecho subía y bajaba con una tranquilidad consoladora. Acerqué mi nariz a ella, adoraba olfatearla, descubrir que nuestros olores se habían mezclado.

Mi corazón —susurré—. eres mi corazón.

Besé su barbilla, su mejilla y sus ojos. Ella se removió.

No había dormido nada trazando y siguiendo las pecas de sus hombros y espaldas. Las amaba, a cada una de ellas.

—Peter.

Su mano acarició mi estómago y mi piel se erizó.

Dioses, no habían pasado ni diez horas y la necesitaba como si hubieran pasado diez días.

—¿Cómo te encuentras? —le pregunté cuando parpadeó en mi dirección.

—Medio dormida —sonrió.

El gris en sus ojos se clavó en mi alma. No iba a olvidar esta mirada. Nunca podría olvidar los ojos de Maureen.

—Debo irme —avisé desganado.

Se movió hacia mí sin tener piedad, dejándome sentir todo su cuerpo desnudo sobre el mío.

—No te vayas todavía —se quejó, besó una cicatriz en mi pecho y dejó su oreja sobre mi corazón—. No te lo permito.

Acaricié sus muslos desde abajo y terminé subiendo hasta su cintura. Suspiré.

—Todo va estar bien, ¿verdad? —preguntó.

—Te prometo que todo está bien, tú y yo estaremos bien —le dije, subiendo mis manos por su espalda—. Me aseguraré de eso.

Y lo dije como si tuviera derecho.

Su cuerpo se tensó contra el mío.

—Recuerdo que dijiste que yo era tuya —dijo con cuidado.

Mi corazón se aceleró.

—Lo eres —respiré—. Eres mía.

Levantó su rostro y me observó. Silenciosa. Inquisitiva.

La bruja y los lobosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora