ANABELLE:
Mi respuesta fue sí.
Después de casi media hora de insistencia, acepté viajar con Loren siempre y cuando el kínder me concediera el permiso. Él tuvo la osadía de llamar por mí y ofrecer una ridícula donación para alentar a la directora a dejarme libre por una semana entera. Después de conseguirlo nos dirigimos a mi casa en taxi en búsqueda del pasaporte, la demás documentación y una pequeña maleta semivacía. Según él no había nada apropiado para la ocasión, ni tiempo para elegir. Le presté atención porque no sabía nada acerca de la cultura de allá y porque no quería, bajo ningún concepto, arruinar el viaje siendo arrestada por exhibicionismo.
En el camino, aproximadamente diez horas de vuelo, Loren me explicó lo básico que tenía que saber sobre nuestro destino: Dubái está regida por un sistema de monarquía constitucional encabezado por el jeque Mohamed bin Rashid Al Maktum, su moneda oficial es el dírham, el cambio vendría siendo 4, 5 dírhams por euro, no se necesitan adaptadores especiales para la electricidad, se puede usar cualquier tipo de ropa en la calle, entre otros tips que escribí en la libreta que va siempre conmigo para mi faceta artística. Esto sin perderlo de vista ni por un momento, ni a él ni a su forma de gesticular. La barba le creció un poco desde el domingo pasado. Eso no hacía más que incrementar su atractivo, mismo efecto que le confería la camisa arremangada a los codos y el ajustado pantalón de marca.
«Es un sueño», ronroneó mi subconsciente.
─¿Debo actuar como si te perteneciera para que crean que tengo tu protección? ─interrumpí mis pensamientos antes de que fuera demasiado tarde.
Ya habíamos aterrizado, la boca de mi estómago estaba cerrada por las ganas que tenía de salir del avión, me encantaban y me enamoré de sus lujos, pero ya cumplió con la función de transportarnos, y esa era una pregunta que me moría por hacer desde que despegamos porque si la respuesta era sí, era capaz de...
Me desinflé en mi asiento.
«No, no soy capaz de devolverme».
No tenía dinero para un boleto de regreso.
Sonrió como un vampiro frente a una bolsa de sangre─. ¿No la tienes ya?
Reflexioné.
Si tener su protección era recibir los beneficios de estar a su lado, que mantuviera mi trasero borracho a salvo y que me enseñara qué es un auténtico orgasmo, sí.
Quizás sí la tenía.
─No te pertenezco ─mascullé.
Su sonrisa se hizo más ancha─. Lo que digas, nena. ─Fue así como le puso fin
al tema. Inmediatamente continuó acechándome con un recipiente lleno de gelatina─. ¿Comerás? Después de bajar lo primero que harás será dormir. No paramos de hablar desde que salimos. Debes llenar el tanque para resistir el viaje hacia dónde nos quedaremos.
La boca de mi estómago se cerró aún más.
«Más comida no, por favor», rogué.
─He estado llenando el tanque desde que despegamos.
Le dio una palmadita a mi rodilla antes de desabrochar su cinturón y levantarse ignorando la ayuda de la azafata. Viajar en un vuelo privado traía sus beneficios. Entre ellos estaba el extenso menú, los asientos de cuero sobrenatural y un par de azafatas hermosas y dispuestas a complacerte para complacer al hombre que va contigo, el mismo por el que babearon por más de medio día.
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Deseos prohibidos © (DESEOS #3)
General FictionLoren Van Allen no es de los que se enamoran de cualquier cosa a primera vista; no compra un par de zapatos hasta probarlos, no cambia su sabor favorito de helado para experimentar con otro y definitivamente no altera el orden de su vida por una muj...