Capítulo 26: La esperanza, ¿un demonio?

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LOREN:

Después de decirle toda la maldita verdad a Anabelle sobre cómo me sentía en estos momentos, algo que no debía ser bueno para el bebé, me duché y cambié a ropa de trabajo para encerrarme mi despacho por la maldita metedura de pata que acababa de cometer. Por más dolido que estuviera, aunque no me amara y eso me destrozase, nuestro bebé iba primero que nosotros.

Nuestro bebé.

Él o ella sería la manifestación física de que esto había valido la pena. Por él era que no podía soportar estar cerca de su madre en estos momentos.

Sintiéndome como la mierda de nuevo, algo común, abrí la página de una tienda online para cosas de bebés y empecé a pedir en línea un poco de todo. Una cuna blanca. Biberones. Cosas que había visto donde Rachel, pero que no sabía para qué se usaban. En el caso de que no nos mudáramos juntos tenía que preparar su habitación aquí. Estaba yendo por la sección de ropa, pidiendo cosas básicas sin sexo, cuando sus nudillos contra la puerta me llamaron la atención. Sabía que era ella porque Anabelle nunca era escandalosa. Siempre era tranquila con todo.

─Pasa ─murmuré cerrando la ventana del computador.

─Loren ─dijo entrando y rodeando el escritorio para acercarse. No me di cuenta de llevaba algo entre las manos hasta que se sentó sobre mis piernas, como solía hacer antes, y lo colocó sobre las suyas─. Lo siento tanto por todo el daño que esto te causó. La única razón por la que no te lo conté fue para no lastimarte. ─Tomó mi rostro entre sus manos. Permanecí inexpresivo ante sus lágrimas. Mi corazón me decía que era un imbécil por no consolarla, pero mi mente no dejaba de repetirme una y otra vez lo dolido que estaba con ella. Los hechos. No sabía qué hacer. Es jodido cuando tus sentimientos son controlados por dos entes diferentes. Me gustaría ser más inteligente o más idiota, en este caso─. Te mereces tanto ser padre. Eres tan genial. Yo solo... yo solo no quería que sufrieras tanto como yo en ese momento.

─No lo habría hecho ─dije, mi garganta seca─. Te habría tenido a ti para compartir ese dolor porque en eso consiste una relación, Anabelle. En compartir.

─Lo sé. Ahora sé que me equivoqué. Te subestimé. ─Su labios se acercaron peligrosamente a los míos─. Pero tienes que entender. Eres tan impresionante que me ha tenido que costar tres años acostumbrarme a la idea de merecerte. No hay nada especial en mí. No soy como tus hermanas. No soy tan fuerte o expresiva. O hermosa. Creciste rodeado de mujeres increíbles, como ellas, todas a tu alcance. ¿Por qué me elegiste a mí?

─Porque te amo.

El labio inferior de Anabelle tembló.

─Me amas ahora, pero en ese entonces, ¿por qué yo?

─Te vi y pensé que eras perfecta para mí.

Negó─. No, Loren. Me viste y pensaste que era perfecta para lo que querías. ─Acarició mi rostro con la palma de su mano─. Una familia. Viste a esta pequeña chica pelirroja jugar como tonta con un montón de niños en el patio de un colegio y pensaste, ¿por qué no? Era perfecta para ti en ese entonces porque pensaste que ambos queríamos lo mismo. ─Peinó mi cabello hacia atrás─. Entonces cada cosa que hiciste desde entonces fue comprarme. Comprar mi amor. Muchos dicen que no es posible, pero Dios sabe que sí. El detalle es que no muchos se dan cuenta de que la moneda de cambio no es el dinero o los regalos. No. Son las acciones. Con cada acción tuya compraste un pedacito de mi corazón. Me enamoré de ti, estúpido. ─Sollozó contra mi pecho, momento en el que me permití a mí mismo extender la mano y acariciar su cabello, aplanándolo contra su espalda─. Pero seguí creyendo que me querías para darte lo que todo el mundo a tu alrededor tenía. Estaba bien con eso porque eso significaba ser algo para ti.

Deseos prohibidos © (DESEOS #3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora