Capítulo 20: La noticia.

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ANABELLE:

Durante nuestros tres años de relación, Loren y yo nunca habíamos peleado de esta forma. Habíamos discutido por cosas tontas, como a donde quería ir de vacaciones y yo no o por su forma de obtener lo que fuera que quisiera, como interviniendo en mi trabajo para que desapareciera con él a cualquier lado del mundo, pero nunca se trató de nosotros lastimándonos. Asumía gran parte de la culpa. Como él dijo, hacía meses que no actuaba como una novia en lo absoluto o, mejor dicho, como mí misma. Eso no le daba derecho a tratar así a Luc, el único apoyo que he tenido en medio de todo esto, o a hacerme creer que es capaz de besar a otra, sin embargo. Una vez los celos desaparecieron, al igual que él haciendo chirriar las ruedas de su camioneta, salí al estacionamiento a tomar aire y me encontré con la botella de whisky que antes lo había visto beber. Su pico estaba manchado con el pintalabios de la mamá de Mike, uno de los chicos más geniales al que tuve la fortuna de darle clases un par de veces, haciéndome sentir como una estúpida por desconfiar en él de esa forma. También, pensando con la cabeza fría, no pensaba que su madre estuviera enfocada en coquetear. Lena, esa era el nombre de la hermosa mujer alta de penetrante ojos azules, estaba demasiado ocupada atendiendo el cáncer de su hijo. Había días en los que ni siquiera se alejaba de la calle dónde estaba el kínder temiendo alguna eventualidad. Y si algo Loren me había demostrado a lo largo de nuestra relación era lo enfocado que estaba en nosotros. Nunca miró a ninguna otra chica de la misma forma en la que me miraba a mí.

Me encogí, el agua refrescando mi pie, en la ducha. Sabía lo que hacía. Sabía que guardando secretos para mí misma, en especial uno de esta magnitud, solo nos estaba conduciendo al fracaso, pero cada vez que pasaba por mi mente la idea de hablarlo con él destellos del deseo en sus ojos mientras cuidaba a sus sobrinos o del anhelo en ellos cuando asistíamos a alguna reunión familiar o de visita a donde sus hermanas venían a mi mente, así como también cuando me pedía que me mudara con él. Era incapaz de hacerle daño así. Era una estúpida y probablemente lo perdería, sí, pero esa era mi manera de protegerlo. No quería verlo pasar por lo mismo que yo pasé. La alegría. El golpe. La pérdida. El dolor. La falsa ilusión de que la siguiente vez, si llega, será diferente. Lágrimas descendían por mis mejillas. No quería esto para él, pero también era incapaz de alejarme.

Lo amaba.

Quería tan fuertemente darle la familia que quería, con uno, dos o tres bebés, mi vida entera. Quería que envejeciéramos juntos, sostener su mano hasta el último momento, seguir descubriendo cada rincón del mundo a su lado. Dejarme mimar. Regañarlo. Delinear las facciones de su rostro hasta que mis dedos se memoricen el patrón. Lo único que me impedía hacerlo era mi cuerpo. Mi incapacidad de darle lo que más deseaba. De dárnoslo. Tres años intentándolo y una única luz, luego apagada, eran la evidencia de ello. Sus intentos por acercarme, por otro lado, no hacían más que herirme. Enseñarme el hermoso hombre que me perdería una vez supiera la verdad. No era la mujer que Loren quería, solo que él aún no lo sabía, así que solo disfrutaba de nuestros últimos momentos antes de que decidiera terminar conmigo y fuera por lo que realmente desea.

Una chica capaz de darle la familia que tanto quiere, sin problemas, ni dolor, ni complicaciones, ni menosprecios. Quizás alguien de su clase, como Lena, con la que tuviera mil y un temas de conversación que no estuviesen relacionados con banalidades, tal vez trabajo o amigos en común. Alguien que no dudara de él, de sus sentimientos, como lo hacía yo. A estas alturas del partido seguía pensando que no era adecuada para él y que, en el intento de serlo, me había perdido a mí misma. A mi verdadera yo. A la chica de la que se enamoró en primer lugar.

Desde hace meses no escribía. Mi trabajo en el kínder era agridulce. Seguía amando trabajar y estar rodeada de niños, eran lo más cercano al sueño que tenía de pequeña de tener una gran casa llena de ellos, ya que mamá me prohibió compartir con mis hermanos y siempre me sentí sola, pero verlos y saber que las posibilidades de que nunca tuviera uno de ellos, no propio, hacían que mi corazón se rompiera cada día un poco más. Ni siquiera soportaba ver los vestidos que antes amaba usar al fondo del armario. Eran demasiado alegres. Los días no eran iguales que antes. Eran nublados y cuando salía el sol, este no hacía más que quemarme.

Deseos prohibidos © (DESEOS #3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora