Capítulo 50: Nosotros.

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Londres, Inglaterra.

Pasado.

ANABELLE:

El día que te das cuenta que amas a una persona es inolvidable.

No hablo a pensar que realmente la quieres, sino a tener la certeza de que sin él o ella nada volverá a ser igual. Saber que encontraste a alguien que sepa agitar tu mundo. Yo, al menos, nunca lo haré. Loren me había acostumbrado a sus gestos dulces, pero jamás olvidaré el día que me llevó a mi primer concierto de Ed Sheeran. No por la ilusión de ver a mi artista favorito sobre una tarima en vivo y directo, sino por la manera en la que incrementó el valor de la experiencia con solo el hecho de estar ahí, haciendo algo que probablemente no haría ni en un millón de años, por mí.

─Lo que sea que pasó para que tengas esa mirada en el rostro valió la pena ─dijo mientras acercaba sus labios a mi mejilla, abrazándome desde atrás mientras nos acercábamos cada vez más a la entrada del estadio. No resistí y cedí a la tentación de darme la vuelta para conectar mis labios con los suyos─. Si el gordo pelirrojo te hace tan feliz podría perseguirlo contigo alrededor de su gira por el mundo.

Sonreí y negué.

─No le digas gordo pelirrojo. En realidad es bastante atlético. Ve el vídeo de Thinking Out Loud. Ed es muy dinámico ─le dije con una mueca que se desvaneció al ver los celos brillar en sus ojos grises─. Y lo que más feliz me hace en el mundo se encuentra frente a mí, tonto.

Las mejillas de Loren se ruborizaron un poco, ya estaban así por el frío, antes de que tomara mi misma decisión y me besara una vez tras otra hasta que la persona de atrás nos silbó para que nos moviéramos porque la fila había avanzado. Habíamos llegado un poco tarde, así que prácticamente corrimos hacia nuestros asientos. Reí mucho cuando un grupo de fans, cuatro chica adolescentes, nos miraron y empezaron a señalar a Loren con admiración. Él las saludó con cortesía y aún más rubor, lo cual no entendí, cubriendo sus mejillas. Él se había enfrentado a peores cosas. Modelos de secretaria, por ejemplo, y un montón de deidades en sus fiestas familiares desde que creció.

Cuando llegamos y nos dimos cuenta que Ed aún no estaba sobre el escenario, fuimos por comida. Mi chico siempre estaba hambriento y no podía desaprovechar la oportunidad de comer estuviéramos donde estuviéramos. Loren, sin embargo, tuvo una pequeña pelea con el hombre de los hot dogs.

─¿Por qué maldición me dices que no hay salchichas polacas? ─preguntó señalando un paquete de salchichas que estaba sobre la mesa de los condimentos.

Las polacas eran sus favoritas.

─Esas están reservadas ─respondió el hombre con seriedad.

Loren frunció el ceño.

─¿Para quién? ¿Quién come tantos hot dogs? ¿Ed?

El de los hot dogs se cruzó de brazos. Yo lo imité, dolida como una verdadera fan de Ed lo estaría. Si volvía a decirle gordo estaríamos teniendo serios problemas de pareja.

─No hay salchichas polacas para ti. Las que tengo están reservadas para el equipo de producción. Están ahí porque empezaré a cocinar para ellos cuando termine con la fila ─gruñó─. Tengo alemanas, de ajo, de pavo, lo que quieras, pero no polacas.

Cuando vi que Loren apretó los puños a ambos lados de su cuerpo, decidí que era momento de actuar y puse una mano sobre su hombro. Estaba usando un suéter tejido color vinotinto y algún pantalón marrón de diseñador, botas para la lluvia cubriendo sus pies. No lucía como el exitoso empresario. Tampoco como una impresión de portada de revista masculina que cobró vida, ese poder se lo otorgaban los trajes, sino como alguien común y corriente enojado por no poder comer un hot dog con su tipo de salchicha favorita, aunque seguía siendo ardiente.

Poniéndome de puntillas, mis botines recién estrenados dificultando un poco el proceso, presioné mis labios contra su mejilla mientras miraba al hombre tras la barra.

─Tres de salchicha de pavo, por favor, solo con mostaza.

Al verme el viejo de cabello rubio sonrió y asintió, conforme con mi elección, antes de ponerse en ello. Loren gruñó un insulto que solo nosotros dos escuchamos, pero se calmó cuando me paré frente a él, presionando mi espalda con su pecho, y tomé sus manos mientras esperábamos. Supe que no haría de esto un drama cuando colocó su barbilla sobre mi cabeza. También pedimos refresco de uva y papas. Gritos colectivos de histeria nos indicaron el momento en el que Ed llegó. Tuvimos que hacer malabares con la comida para llegar a nuestros sitios en primera fila. No tenía ni idea de cómo los había conseguido, se suponía que eran los que más rápido se agotaban, y solo se había encogido de hombros cuando le pregunté, negándose a contarme su secreto. Deduje que debió haber sido un favor de alguien que conociera en la industria.

Mi corazón se aceleró, bombeando sin control, cuando distinguí su cabello pelirrojo sobre la tarima. En persona no se veía gordo. Era simpático y su voz me derretía. Llevaba tanto tiempo escuchando sus canciones desde un parlante o viendo vídeos de sus conciertos que verlo en persona aflojó mis rodillas. Nunca creí que fuera posible, no en un futuro cercano. No había tenido conciertos en Brístol y antes de Loren jamás me habría echado un viaje a Londres de manera tan espontanea. Tampoco pensé que venir a un concierto, rodeado de sudor y personas chocando sus extremidades con las tuyas, estuviera en su agenda, pero aquí estábamos.

Todas en el público, la mayoría éramos mujeres, gritamos cuando nos sonrió antes de empezar a cantar Give me love. Seguí la letra en un costado de Loren, quién iba por su segundo hot dog sin apartar la mirada de Ed. Debía ser diferente para él también. Lo escuchábamos casi a diario. Escribía en su casa con sus canciones de fondo. Mi sonrisa se hizo más ancha cuando lo escuché cantar partes de Kiss me y cuando empezó a balancearse conmigo con Photograph. Era mi canción favorita. La podía aplicar perfectamente a casi cualquier libro que estuviera escribiendo, así que era la que más escuchaba y probablemente la que más se sabía. Mi expresión se convirtió en un te atrapé cuando descubrí que también se sabía Cold coffee y She. Para el momento en el que el concierto terminó, The A Team, la canción que lo llevó a la fama, sonando mientras el fondo tras él se convertía en un mar de estrellas, mis labios no se separaban de los de Loren. Reí cuando Ed nos señaló en el escenario mientras cantaba, tocando una guitarra sobre una silla alta, lo que produjo que la atención de las personas se concentrara en nosotros y mis mejillas se calentaran todavía más.

For angels to fly, to fly, to fly.

Las lágrimas estaban en mis ojos debido a lo lindo de la letra y a su posible significado de fondo. Loren besó mi mano antes de tomarla y sacarnos cuando Ed se despidió tras darnos las gracias por venir. Aún estaba emocionada por el hecho de haberlo visto cuando llegamos al auto. Loren me ayudó cuando mi pie se atascó entre la puerta y el asiento. Sostuvo mi mano a lo largo de todo el trayecto a la casa de Marie. Era suya, pero seguíamos diciéndole así por alguna razón. Mientras recorríamos las calles de Londres en silencio, cada quién procesando el efecto del concierto, lo supe.

Él era el indicado.

La única persona con la que podía aplicar cada una de las letras.

La forma en la que me sostuvo en sus brazos para que entráramos como si fuéramos príncipe y princesa me lo confirmó. Las malas intenciones estaban grabadas en su rostro. Devolví sus besos sin dudar mientras subíamos por las escaleras en dirección a su habitación. De mi boca escapó una risita traviesa cuando me dejó caer en el colchón y se cernió sobre mí tras sacarme la ropa. Loren tenía la costumbre de desnudarme antes de hacerme cualquier cosa si tenía el tiempo para ello. Ya estaba acostumbrada a la sensación de su ropa sobre mi piel. Esta vez, sin embargo, fue diferente. En lugar de besarme y proceder a lo que ambos queríamos, para lo que ya estaba lista, se detuvo un momento por encima de mi rostro sin dejar de mirarme.

─Eres tan hermosa ─susurró pasando su pulgar por mi mejilla.

Giré mi rostro y besé su palma.

Lo amaba.  

Deseos prohibidos © (DESEOS #3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora