Hometown

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—¡Estoy tan feliz porque volviste! —exclama Sophia rodeando mis hombros con un brazo.

La rubia se asegura de mantenerme bien cerca mientras rodeamos el campus como si fuera a perderme, y aunque ésta sea tal vez la primera vez que estoy aquí, no es la primera vez que San Francisco me recibe tan bien: con Sophia esperándome con los brazos abiertos. Me muestra todo el lugar con una emoción desbordante, señalándome los lugares en donde puedo recostarme a tomar una siesta en las áreas verdes y a dónde debo ir a tomar mis clases.

—¡Oye! No me has contado cómo te trató Francia. —exclama, alejándose un poco de mí para fulminarme con sus impresionantes ojos grises.

Frunzo el ceño.

—Porque no estaba en Francia.

—¿Ah no?

Niego.

—Estaba en Montreal.

—¿Y porque llegaste hablando francés fluido? —inquiere con una mueca—. ¿Segura que no estabas en Francia?

—En Montreal hablan francés, So.

—¡Ah! Eso lo explica.

Me echo a reír ante el rostro de mi amiga. Hacía dos años que Sophia y yo habíamos dejado de vernos, y aunque nos llamábamos por skype la mayoría del tiempo no era lo mismo a estar con ella como ahora mismo que la tengo pegada como lapa y me encanta.

—¿Ahora a dónde vamos? —le pregunto, jalándola para seguir caminando por el campus.

—A la cafetería porque me estoy muriendo de hambre.

Caminamos hacia el interior, en donde nos rodeamos de los edificios con ventanales de cristal. Los pequeños jardines le dan un toque pintoresco al lugar que se ve demasiado rígido para ser una simple universidad, todos los alumnos que pasan junto a nosotros saludan a Sophia con un gesto y ella les responde con una sonrisa de oreja a oreja así que supongo que mi amiga no es desconocida en el lugar, ¿y como va a pasar desapercibida la chica rubia despampanante en un lugar como estos? Con piernas largas y cabello hasta la cintura de barbie que tiene. Sophia siempre ha sido la chica linda. Cuando teníamos trece ella era la chica de cabellera tan brillante como la del Príncipe Encantador de Shrek, dientes blanquísimos que le brindaban una sonrisa deslumbrante; y después estaba yo, la chica de baja estatura que parecía un pequeño niño de doce años con el cabello castaño largo, escurrido y sin forma sostenido en una cola de caballo apretada, uniceja y dientes enormes con brackets, ¡era ridícula! Era el patito feo junto a un cisne; sin embargo nunca me molestó o envidié a Sophia, no fui una de esas adolescentes ya que sabía que me llegaría mi tiempo de crecer. Desafortunadamente ese momento aún no termina de llegar, ahora gracias a dios ya no tengo brackets y convencí a mi abuela de que mi madre dejaba que me depilara la ceja. Evolucioné en Montreal.

—Tienes que decirme si conociste a algún tipo guapo en Canadá —dice socarronamente subiendo y bajando una ceja, golpeándome con su codo en las costillas.

—Bueno...

—¡Sophia! —grita una voz masculina detrás de nosotras. Veo los ojos de mi amiga dar vueltas en su órbita al escucharlo y entonces aparece el chico caminando de espaldas junto ella, con una sonrisa completamente idiotizada plasmada en su rostro.

Me mira por un segundo, confundido, y después sigue mirando a mi amiga. Es guapo, sin duda: cejas pobladas al igual que la barba, pestañas largas y rizadas, los ojos mieles más brillantes que he visto, y las puntas del cabello decoloradas. Tiene tatuajes en ambos brazos con algunos espacios en blanco y de ahí hasta la punta de los dedos.
Sophia aprieta mi brazo sin dejar de caminar con paso decidido e ignorando completamente la mirada del chico que sigue observándola hipnotizado.

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