—¡Ey, lánzale piedras a tu puta madre! —exclama desde el otro lado de la barda llena de enredaderas.
Río bajito por las expresiones de la princesa encerrada en esa torre. La música que suena del otro lado baja un poco de volumen para después volver a subir al nivel ensordecedor en el que estaba.
Y lanzo otra piedra.
Escucho movimientos al otro lado. Una especie de metal choca contra la barda y escucho sus pasos contra lo que parecen ser las barras de una escalera mientras quién sabe quién canta en el fondo.
—¡Te dije que le lanzaras piedras a tu puta madre! —exclama y lanza una piedra sin previo aviso—. ¡Dios mío, Santo! ¿Que demonios haces aquí?
—Vine a molestarte.
Se recarga sobre la barda y sonríe ampliamente, escondiendo sus ojos detrás de sus mejillas regordetas.
—Disculpa la pedrada —se burla—. Pero la primera casi me pega en la cabeza.
Me encojo de hombros restándole importancia.
—Traje comida. —levanto la bolsa blanca en el aire para que la vea—. Pasta a La 4 Formaggi. —digo haciendo mi mejor italiano posible.
—¿Blue cheese? —arquea una ceja.
—Ew.
—¡Gracias! —exclama.
Me echo a reír ante su expresión.
—¿Puedo pasar?
—Ya sabes dónde está la entrada. —señala hacia unas cajas acomodadas estratégicamente simulando unos escalones.
Esto no puede ser cierto. ¿En serio sigue entrando por ahí? Me queda claro que puede perfectamente salir por el gran portón de hierro forjado cubierto por dos laminar negras que está a un lado, sino de que otra forma saco el auto, no creo que haya trepado el árbol de mango.
—Déjame entrar por la puerta como la gente normal.
Frunce el ceño, como si lo que le acabo de decir fuera la idea más descabellada del mundo.
—¿Dónde está la diversión en eso, Santo? —y sin esperar mi respuesta se baja con rapidez de la escalera, desapareciendo de mi vista.
Hago mi mejor esfuerzo por subir sin tirar la comida del plato desechable y aunque lento pero logro bajar por las ramas del mango con un poco menos de dificultad que la primera vez que estuve aquí. No mucho ha cambiado en la casa, sigue estando con la pintura azul deslavada y las vistas que solían ser blancas de un color percudido; sin embargo, ahora hay luz, y dicha luz me permite ver que es lo que Ace estaba haciendo. Hay un montón de cosas viejas tiradas en el césped del patio principal en el que aterrice hace unos días. Tiene un mueble de madera viejo al que le falta una pata, unas lámparas antiguas, varias revistas antiguas esparcidas por el lugar: Time, Life, Vogue, Rolling Stone, entre otras, están regadas junto al tocadiscos en forma de portafolio color azul que toca la dichosa música de quien sabe quién.
—¿Qué es todo esto? —le pregunto señalando todas las cosas que están frente a mí y lo que más llama mi atención es la caja repleta de vinilos junto a todas las revistas antiguas.
Mastica rápido la pasta que ya ha abierto y traga para después acercarse a mí.
—Lo saque del Cutlass y no había podido revisar todo.
Volteo a ver el mueble y no puedo evitar que una mueca se forme en mi rostro.
—Vaya... ¿todo esto estaba dentro del Cutlass?
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MotorSport
RomanceAún recuerdo cuando la conocí. De pie con su camiseta holgada y pantalones rasgados, el ceño fruncido y debajo de él, dos ojos azules que me observaban confundidos. Había demasiadas cosas que Ace Bogart ocultaba; sin embargo, ninguna de ellas me im...