No. 1 Party Anthem

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Voy a publicar estos dos capítulos y voy a irme lentamente. (Publico este porque es de mis favoritos)

SAINT

Stars, they come and go —susurro junto a Nina Simone que ha comenzado a reproducirse en el nuevo tocadiscos que Sophia le ha comprado a Ace como regalo de cumpleaños—. They come fast, the come slow. They go like the last light of the sun all in a blaze... and all you see is glory. —termino aún en un susurro y dejando a Nina apoderarse de ahí en adelante.

—¿Por qué crees que estamos tan jodidos? —me pregunta Ace.

Se encuentra sentada junto a mí, las delgadas piernas extendidas frente a ella y observa con atención la fotografía de su padre con Kiss que ahora se encuentra en la pared de madera pulida de la sala de estar.
¿Por qué creo que estamos jodidos? Bueno, Ace, verás, el dios en el que no crees parece pensar que es divertido vernos sufrir.

—Tú viste como asesinaban a uno de tus amigos y a tu novio. —explico—. A mí me abandonó mi madre y ahora la gente le grita a mis padres que se van a ir al infierno. —me encojo de hombros, apagando el cigarrillo con la suela de mi zapato—. No sé porqué estamos tan jodidos.

—Creo que es por eso que dijiste. —claudica—. No estoy loca, ¿sabes?

—No recuerdo haberlo dicho en voz alta.

Se ríe en un resoplido y da un golpe en mi hombro con su pequeño puño.

—A lo que me refiero es a que: no quiero que pienses que estoy loca por lo que dijo la mujer de la bola mágica hace unas horas.

—Sí, sobre eso: fuimos estafados. —declaro—. No había ninguna bola mágica ahí. —intento bromear pero Ace no ríe. Sigue observando a su padre en la fotografía

—Sólo él me llamaba booger —murmura—. Según él porque sonaba como Bogart... ¿cómo podía saberlo ella, Saint? Y cuando te pidió cigarillos —resopla, negando con la cabeza—. Supe que era él. Hijo de puta. —nos quedamos en silencio, dejando que la suave voz de miss Simone nos envuelva—.  You'll never know the pain of living with a name you've never owned. —susurra.

Vaya que lo sé. Una parte de mí siempre sabrá que de alguna manera el nombre de Saint no es completamente mío.

Apoya su cabeza sobre mi hombro, ahora observando hacia la nada frente a nosotros. El aroma a dulces que emana de su cabello me envuelve y al mismo tiempo me derrite; y entiendo por qué Garsiv estaba tan enamorado de ella. Es esta mujer que siempre parece estar feliz y si algo le borra la sonrisa es porque de verdad las cosas andan mal, su nostalgia te contagia y quieres protegerla, quieres abrazarla y fundirte en ella. Y te da miedo. Ace Bogart da miedo. Aquella vez que le dije que le tenía miedo a ella, fue porque supe en ese momento que podía tener tanta influencia sobre mí que aunque yo no quisiera podría destruirme con tan solo chasquear los dedos. Y le tengo miedo a la destrucción.

—Scott —digo en voz baja y ella hace un sonido con su garganta—. Ella me nombró Scott por Francis Scott Fitzgerald.

Se queda en silencio, sin moverse, aún sobre mi hombro.

—¿Storm...? —titubea.

—Francis Storm Younes DeWolf. —artículo el nombre completo de mi hermano.

—Aparentemente todos tenemos nuestros nombres secretos, Saint. —enfatiza mi nombre y me causa algo de gracia.

Recargo mi mejilla sobre la cima de su cabeza. No hay ningún ruido a nuestro alrededor, solamente la suave voz de Nina Simone cantando en vivo en el Montreux con el piano haciéndole compañía. Los latidos de nuestros corazones chocando contra el pecho y la respiración apaciguada de Ace mezclándose con la mía.
Me olvido de todo, de donde estoy, con quien, me olvido de como era mi vida antes de conocerla. Me la pasaba aburrido en el garaje mientras Storm y Jet hablaban de cosas que nunca me interesaron en realidad, y no porque alguno de ellos me pareciera aburrido porque al contrario, son las personas más entretenidas que conozco; sin embargo siempre me faltó algo, ese algo que Sophia le ponía a nuestras conversaciones cuando me invitaban por lastima a ser su mal tercio, pero Sophia ya era de mi hermano, así que solamente me quedaba con sus historias sobre Oakland, esas historias que hasta ahora sé, escondían un montón de cosas más de las que nos decía; siempre hablaba de su amiga, y de como era la mejor que tenía pero que en ese momento estaba en otro país. Después la vi, de pie junto a la rubia y algo en mí supo que era ella de quien tanto hablaba. Ace no sonrío, yo sí. Estaba intentando coquetear con ella y ella ni siquiera se inmutó, siguió observándome con esa expresión estoica mientras me alejaba, y ahora estaba junto a mí, empapándome de su aroma dulce, quizá por su shampoo, quizá por los mangos de su patio o todas las donas que comimos, pero estaba allí, tan cerca de mí y el piano de Nina Simone parecía el canto de un ángel, y ella nos cantaba tan bajito y tan lento que la sentía ahí en una esquina, pidiéndonos a gritos que hiciéramos algo más que estar ahí.
Inclinó mi cabeza un poco, dejando mi mejilla sobre su frente, arriesgándome a que ella se ponga de pie de golpe y me pida que me largue de su casa, pero ya no me importa. No lo hace. No se pone de pie ni me pide que me largue; levanta su cabeza, haciendo mi rostro caer justo frente al suyo, con los ojos borrosos mirándome una sonrisa bailando en sus labios y en los míos también.
No sé qué hacer. No sé qué quiere que haga. Así que me quedo ahí, apreciando la cercanía, sintiendo como su aliento caliente choca contra mis labios que de repente palpitan y al siguiente segundo se sienten tan resecos que tengo que relamerlos para evitar que se rompan.

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