—¿En qué estás pensando?
Llevamos alrededor de cinco minutos mirando hacia la nada. Los dedos se me han acalambrado de sostener el volante e intentar torcerlo, mis ojos están clavados en el resplandor de ciertas luces en el pequeño pedazo de mar que logra apreciarse desde aquí, titilan y me dejan embelesado ante la visión. Y pensar qué hay un montón de cosas ahí abajo que desconocemos. Entonces pienso en la chica a un lado mío que se encuentra quieta, como no la había visto antes, es decir, claro qué hay momentos en los que está seria, pero nunca quieta; y ahora mismo está ahí sentada, con las palmas de sus manos descansando sobre sus muslos, callada, con nostalgia plasmada en su rostro. Apenas y mueve los labios cuando hace la pregunta.
—En todo lo qué hay en el océano que no conocemos.
Miento.
Pienso en ti, Ace. En todas esas cosas que me dijiste pero que desde entonces no has vuelto a mencionar casi como si tuvieras miedo de decirlas en voz alta. Pienso en que esa fue la razón por las que escribiste esa carta, porque sientes que si todas esas palabras salen de tu boca, todo aquello volverá a suceder y tú no podrás detenerlo. Pienso en que algo en mí sabe que estás profundamente triste pero que eres lo suficientemente fuerte como para fingir que todo está bien. En tus ganas de recuperar tu hogar, de volver a amar a San Francisco, y más que intentar conocerme a mí de todo lo bueno, intentas convencerte a ti misma de que esté lugar no puede ser tan malo, no cómo hace seis años.
Sin embargo decido mentir porque en mi cabeza tiene sentido.
—Sabemos que el Titanic está por ahí en algún lugar del Atlántico. —murmura.
Asiento sin dejar de observar las ondas que crea el mar lejos de mí.
—¿Tú en que piensas?
Lentamente voltea a verme, dedicándome esa sonrisa tan característica de ella. Amplia y con todos los dientes.
—En que allá adentro hay una fiesta sorpresa para mí y que necesito preparar mi mejor expresión de sorpresa.
—Mierda.
—Son malísimos guardando secretos. —se ríe. Desabrocha su cinturón y comienza a bajar del coche.
—Trabaja bien en esa expresión —ruego—, o Sophia se va a enojar. —y la sigo fuera del Audi.
Rueda los ojos con fastidio y hace un ademán para que me calme.
—Odio tu coche de niño rico. —le dedica una mirada de desprecio al coche y sigue caminando hacia su puerta principal.
—¿Qué te ha hecho el pobre Audi? —la sigo, apretando un botón en las llaves para activar los seguros.
—Ugh, que puedes ponerle seguros desde aquí —señala con su mano abierta—, y no necesitas hacerlo manualmente. Que estupidez. Nos hemos convertido en huevones de primera.
—Tan siquiera este no suena como si estuviera muriéndose de un enfisema pulmonar en la colina.
Me mira con los ojos entrecerrados, escrutándome detenidamente.
—Ya no entendí si estás ofendiendo a mi Cutlass o a tu Comet. —se cruza de brazos—. De cualquier manera, vete a la mierda. —me amenaza con el índice—. Esa es la mejor parte de los clásicos. El Audi es un coche de Nazi.
Siento la ofensa e inmediatamente hago un gesto de disgusto.
—Para empezar, era el Volkswagen.
—¿Y quién es dueño de Audi? —espeta mordaz—. Ni siquiera lo intentes, Santo, el Comet es el ganador en esta competencia y eso hasta tú lo sabes, solamente peleas para llevarme la contraria. Ahora —suspira—, ¿podemos por favor entrar a mi fiesta sorpresa no tan sorpresa?
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MotorSport
RomanceAún recuerdo cuando la conocí. De pie con su camiseta holgada y pantalones rasgados, el ceño fruncido y debajo de él, dos ojos azules que me observaban confundidos. Había demasiadas cosas que Ace Bogart ocultaba; sin embargo, ninguna de ellas me im...