Danger Zone

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SAINT.

—¿Listos? —pregunta Jet por enésima vez saliendo debajo del Fastback también por enésima vez.

Hay una específica razón por la que Jet está tan nervioso el día de hoy, y aunque no me agrade decirlo tengo que hacerlo: la cantidad de dinero que está en juego. Por lo general en noches normales —y si ganamos—, Storm y yo salimos con 1,000 dólares más o menos. En las carreras clandestinas no existen los segundos y terceros lugares, si no eres el primero en llegar a la línea final, pierdes, y no solamente la carrera, le cuestas a los espectadores que apuestan una buena suma de dinero ya que por lo general llega a haber apuestas hasta de doscientos dólares por cabeza. Storm y yo nos hemos ya ganado a las personas que apuestan por nosotros y todo gracias a Jet, sus contactos y sus conocimientos como antiguo corredor de Oakland.
Han pasado casi tres años desde que Jet dejó de correr, y aunque no nos ha contado exactamente por qué ya no lo hace hay demasiados rumores que aseguran fue después de un accidente. Claro que ahora ya no acuden a las carreras las mismas personas de hace años; sin embargo, las historias no dejan de llegar a nuestros oídos y hasta donde sabemos: Jet solía estar en un equipo de cuatro hombres que siempre ganaban, al parecer un día durante una de las tantas disputas que pueden suceder aquí, hubo una pelea muy grande y después de eso un accidente. No tenemos conocimiento de más que eso, sólo información esporádica que no hace más que confundir la historia, pero nadie puede darnos la verdadera versión más que Jet, y no lo hará.

—¡Listo! —exclama Storm, sacudiéndose las manos para después cerrar el cofre del Camaro.

Estamos estacionados a un lado de la calle, esperando nuestro turno. Esta noche 7th Street estaba siendo custodiada por tres patrullas que esperaban que aunque fuera un auto sospechoso se fuera a parar allí para poder arrestar al conductor; sin embargo, las personas a cargo de las carreras son de algún modo más inteligentes y se dieron cuenta inmediatamente de lo que planeaban hacer, así que movieron la localización a uno de los barrios más olvidados de Oakland.
Me acomodo sobre el cofre del Comet para comerme las papas a la francesa y la coca-cola que he encontrado olvidadas en el asiento trasero y observo a todos los demás corredores que nos rodean, algunos bajan derrotados de sus autos, mientras que otros triunfantes y alegres celebran su victoria. Estando aquí sentado, con ambas piernas cruzadas como si fuera un monje sobre mi auto me hace sentir omnipresente, casi como si no existiera y simplemente estuviera observando a todos a mi alrededor.

Hasta que azota la tormenta.

—¡Baby! —grita mi hermano, chasqueando los dedos frente a mí—. Despierta, por el amor de Dios, tenemos una carrera que ganar. —articula señalando hacia la línea de arranque que consta de un tipo agarrando su camiseta sudada como bandera.

Nada como en las películas de Rápido y Furioso que tienes a la chica linda ahí en medio mostrándote los pechos y haciendo un movimiento sexy con una bandera para que arranques. Ojalá, pero no. Aquí ninguna chica se quiere arriesgar a pararse allá en medio y correr el riesgo de ser brutalmente atropellada.

—¿Puedes, por favor, dejarme disfrutar mis cinco minutos de paz y comida? —inquiero, entornando los ojos hacia él y fulminándolo.

Storm se ríe. Levanta ambas manos para disculparse y comienza a alejarse dando pasos hacia atrás.
Amo a mi hermano pero hay ocaciones antes de una carrera en las que simplemente necesito paz.

Salto de mi cómodo asiento para encaminarme hacia dónde Jim hace su negocio vendiendo coca-colas y cervezas. Jet y Storm platican sobre algún tema desconocido y ni siquiera notan cuando me alejo de ellos. Jim es este chistoso hombrecillo de baja estatura y una boca demasiado grande para su cuerpo, y no me refiero a que hable demasiado, sino a que literal, su boca es muy grande. Por aquí lo llamamos Mouth, sólo que él no lo sabe.
Mientras más me acercó a Jim, más fácil me es ver que el lugar está abarrotado, incluso más que en 7th Street, aunque este sea un lugar más reducido, hay más gente y por lo tanto, más calor corporal que te hace no sentir el frío veraniego de Oakland. Y la veo de pie ahí, con los mismos pantalones deslavados, camiseta de Aerosmith y converse blancos con los que la vi en la mañana. No nota mi presencia, está recargada sobre la barra improvisada de Jim dándole sorbos a su bebida. Y está sola.

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