Father Stretch My Hands

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Se puso de pie frente a la que parecía ser la casa de la que tanto le habían hablado. Siguió todas las instrucciones que le dieron. Condujo desde el otro lado del país simplemente por este momento; sin embargo, no podía hacerlo. No sabía cómo reunir el valor para tocar el timbre que le gritaba que lo hiciera, le movía un montón de banderines coloridos para que tocara el timbre empotrado en la barda gris oscuro sobre la cual se elevaban arboles de hojas verdes y unas cuantas flores que brillaban por el sol del verano. Había esperado este momento desde que le dieron la noticia. Se había encontrado con Alice en el supermercado con dos pequeñas niñas, gemelas, fraternales. El paso del tiempo lo hizo olvidar su rostro. Ya no tenía aquel alocado cabello verde, o la perforación de la nariz, ahora era mamá y llevaba el cabello rubio ceniza recogido en una coleta y los años no habían pasado por su hermosa cara.

Cooper. lo llamó Alice con evidente sorpresa en su rostro. Ella tampoco podía creer a quien estaba viendo.

¡Hola! exclamó él.

Estaba feliz porque de nuevo tenía de frente a aquella mujer que tanto amó. Se acercó a abrazarla, y pudo sentir como ella se estremeció al sentir de nuevo sus brazos a su alrededor.

Cuanto tiempo.

Veinte años. le hizo saber él.

Vio a la mujer que lo hizo enamorarse por primera vez, allí de pie, con su vida rehecha. La vio como nunca imagino que la vería, como una mujer seria, una mujer hecha y derecha, ya no tanto como la groupie que siempre estaba con él durante sus conciertos en los bares de mala muerte de Conneticut. Era tan extraño que no lo podía creer. Él por su parte, seguía viéndose igual, cabello negro azabache, ojos color miel y la barba tupida que rodeaba sus delgados labios rosas. Se amaban el uno al otro y no podían ocultarlo; sin embargo, ahora todo era diferente, ahora eran adultos. Cooper había logrado incursionar en la música como tanto lo quería, no en los escenarios, detrás de ellos, era productor musical con su estudio basado en Nueva York. Era feliz y ya casi no le dolía todo lo que había pasado entre él y Alice. 

Se enfrascaron en una conversación que compartía los últimos años de sus vidas. Alice ahora tenía dos hijas, Zelda y Delta. Cooper recordó como Alice siempre había amado el nombre de Zelda por Zelda Fitzgerald. Ella no podía creer que él aun recordara sus gustos.

El momento de la verdad llegó cuando Alice no podía seguirse permitiendo hacerle más daño a Cooper, él se veía bien; sin embargo ella sabía que no lo estaba, y no podía dejarlo sin saber nada de nuevo. Ella escapó de la nada veinte años atrás y de la misma manera volvió a aparecer. Él tenía derecho a saberlo todo.

***

SAINT

Camino por la calle por la que Arden me ha indicado. Hace no menos de una hora recibí su llamada insistiendo que me saliera del gimnasio y la acompañara a comer sushi en un restaurante de North Beach. Me negué rotundamente cuando escuché la mención del sushi ya que la última vez que lo comí no salí del baño por dos días. Logró convencerme cuando cambio su destino al Italian Homemade Company y me dijo que ella pagaría.

 El pequeño restaurante se encuentra en una de las esquinas del corazón de North Beach, el exterior rojo y la figura del chef enano y bigotón en la puerta del restaurante, llaman la atención inmediatamente. Las personas me miran raro, y digo, yo también miraría raro al chico de shorts deportivos holgados, camiseta azul de mangas largas de los Golden State Warrios, combinado perfectamente con calcetas altas y las sandalias Nike. Definitivamente pertenezco en una pasarela. Estoy sudado, creo que apesto y arrastro mis pies hacia el interior del lugar como si no tuviera ganas de vivir. Los meseros me ven raro, pero lo disimulan, y me quedo perplejo al ver a Arden y a mi hermano ya sentados en una de las mesas del lugar, ambos vestidos con vaqueros y oliendo a algún perfume francés. Me siento casi ofendido.

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