Una almohada aterriza en mi rostro con una fuerza tal que provoca que la que tengo a mi lado salga volando hacia el piso. Abro los ojos como platos, alerta de que tal vez haya un terremoto. Pero no, lo único que hay es una tormenta de pie frente a mí con una sonrisa cínica y una ceja enarcada que solo puede significar una cosa: chisme. Y no un chisme que él me tenga, sino uno que quiere que yo le cuente.
Levanto el dedo medio en dirección a mi hermano que rápidamente, en lugar de irse, ensancha su sonrisa y se deja caer a mi lado en el colchón.—Vamos, baby, cuéntame cómo te fue con la chica anoche. —dice, empujándome con todo su cuerpo para lograr recostarse junto a mí.
—Ninguna chica. —farfullo, girándome y dándole la espalda a su rostro socarrón.
—¿Y la de anoche?
—Ninguna chica, Storm. Tú sabes que la única chica de mi vida eres tú. —me burlo; sin embargo eso no lo detiene y se sube encima de mí en busca de respuestas.
—¡Cuéntame, Saint!
Ruedo los ojos y decido cambiar de tema inmediatamente.
—Te conseguí una práctica. —le digo dándome la vuelta haciéndolo caer sobre mi estómago.
—¿Con la chica? —frunce el ceño.
—Con su auto.
—Saint yo no arreglo Mini Coopers. —se levanta de mi estómago y comienza a caminar de regreso a su lado de la habitación.
—Es un Cutlass —exclamo y sólo así se detiene en seco. Te tengo pequeño demonio—. Un Cutlass del sesenta y siete.
Se da media vuelta rápidamente y regresa hasta donde estoy en busca de más información.
—Mientes.
—Te lo juro que no. —niego con una expresión socarrona en mi rostro—. Un hermoso Cutlass Supreme amarillo del sesenta y siete. —enarco una ceja al darme cuenta que a mi hermano le está dando un orgasmo al escuchar sobre el auto—. Interiores blancos, pintura perfecta y limpia...
—¡Basta! —grita y se tira de rodillas a un lado de mi cama—. ¿Cuando conozco a esa belleza? —obviamente refiriéndose al auto.
—Hoy. Después de clases en el taller.
—¡Hecho! —exclama para después ponerse de pie como un rayo y desaparecer en el interior del baño para lo que viene siendo su ducha mañanera después de cada carrera. En las mañanas después de que la noche anterior se haya echado unas cuantas vueltas por el pavimento, se da una ducha profunda según él para quitar el olor a humo, alcohol y decadencia que había cada carrera en Oakland.
Aún recuerdo la primera noche que Storm y yo nos aparecimos por Oakland. Éramos como dos niños de la mano de su madre, esa madre siendo Jet, que en cuanto puso un pie fuera de su Mustang y saludó a todo el mundo allí con una sonrisa torcida de la cual colgaba un cigarrillo encendido y sus dientes brillaban en la oscuridad como dos lamparas de luz led que atraen hasta a las más inteligentes palomillas. Esas palomillas siendo la cantidad de chicas que se acercaban a él por las noches. En cuanto a mi hermano y a mí: simplemente nos sentábamos sobre el capo del Mustang, observando cómo pasaban a velocidades maravillosas los autos nuevos y también viejos que humeaban por los escapes y hacían los mismísimos ronroneos de grandes felinos enjaulados y enojados. Oakland y las carreras se veían inocente desde ese lugar, desde los asientos de los espectadores todo se veía sencillo; sin embargo la primera vez que Storm y yo decidimos que podría ser una buena idea que en lugar de estar observando nos metiéramos a sentir la adrenalina por nuestra cuenta fue algo casi inmediato. De alguna manera conseguimos que el dueño antiguo del Camaro nos hiciera una rebaja y así entre los dos compramos primero ese. A fin de cuentas, era mi hermano el más emocionado por entrar a las carreras. Eso pasó después de dos meses de estar tocando como chelos principales en la sinfonía de la universidad. Esa es otra historia completamente diferente. Ninguno de los dos sabíamos que teníamos la habilidad de poner juntas unas cuantas notas hasta poder terminar alguna pieza de Beethoven, o transformar Highway To Hell en una obra acústica en chelo. Teníamos talento, y eso nadie lo podía negar.
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MotorSport
RomanceAún recuerdo cuando la conocí. De pie con su camiseta holgada y pantalones rasgados, el ceño fruncido y debajo de él, dos ojos azules que me observaban confundidos. Había demasiadas cosas que Ace Bogart ocultaba; sin embargo, ninguna de ellas me im...