Capítulo 27 "-Quiero ser feliz"

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Siento un horrible nudo en la boca de mi estómago y el ácido sube con fuerza por mi garganta.

"Él no volvió"

Las palabras de Daniel siguen retumbando en mi cabeza.

¿Cómo es posible que sea tan cruel? ¿Por qué no ha vuelto? 

Sabe que lo necesito, estoy muriendo y ni siquiera sé qué es lo que realmente me asecha; y aún así eso no fue suficiente para mantenerlo conmigo.

Sí, estoy muriendo y solo ahora logro poner mi mente en paz, y es ahora cuando el peso de todo esta abrumadora información me empieza a asfixiar. Siento que hay algo que se ha aferrado a mí, que intenta sumergirme en la oscuridad eterna, algo que tiene mucha más fuerza que yo, algo que desea mi desgracia y hará lo que sea necesaria para lograrlo.

Sé que voy a morir. No hay mucho que hacer. Ya han pasado tres semanas y media, y según Daniel aún no ha estado ni cerca del hechicero correcto.

Se me acaban los días, las horas, los minutos, y la impotencia me carcome con el paso del tiempo. Cada día me siento más débil y el aire se vuelve difícil de inhalar. Hay veces en las que quiero gritar de la frustración y otras solo deseo llorar hasta quedarme dormida. Soy tan malditamente débil que he llegado a odiarme por ello, sin embargo, a Adam... Lo extraño tanto que me resulta imposible odiarlo, me resulta imposible no añorar sus fríos dedos y sus ásperos, pero, a la vez, suaves labios, su penetrante mirada y ese olor a cigarrillos que siempre tenía. Nunca me gustó particularmente el olor a cigarrillo, pero en él olía tan bien...

Hay noches en las que no puedo dormir, los recuerdos me torturan, los pensamientos me agobian y la constante ansiedad me carcome. ¡Sé que voy morir! Oh Dios, lo sé perfectamente y eso me está destruyendo más que cualquier hechizo. Saber que estoy muriendo, saber que no llegaré a la universidad, a trabajar, a ver Mad otra vez, a ver a Adam... Que nunca me casaré, que no tendré hijos, nunca sabré la satisfacción de dar vida a un ser, y todo aquello simplemente me supera.

Debo confesar que el suicidio ha pasado por mi mente un par de veces, sin embargo siempre lo descartaba de inmediato, aunque últimamente no me ha parecido tan mala idea.

Es decir, ¿qué me queda más? Daniel me ha hablado de los efectos del hechizo. Poco a poco dejaré de tener energía, situación que ya está ocurriendo, no tendré hambre, llegaré a ser piel y huesos, tendré mareos continuos, cada vez me costará respirar más, las hemorragias serán más constantes y mi cuerpo se llenará de hematomas, sentiré que no tengo el control de mi cuerpo, escucharé voces en mi cabeza y tendré alucinaciones visuales, no sabré distinguir lo que es real y lo que no, perderé la consciencia continuamente, solo querré dormir todo el tiempo y eventualmente... Mi corazón se drenará y mis latidos pararán por siempre.

No quiero eso, y si el suicidio es la manera de evitar pasar por todo aquello, lo haré, soy un caso perdido, ¿qué más da? Un día menos, un día más.

La ansiedad se ha vuelto insoportable, he tenido que ser retenida por Daniel durante horas en uno de mis ataques de ansiedad. Sus brazos llegan a ser bastante tranquilizadores y debo confesar que he llegado a fingir ataques solo para que él me volviera a abrazar, para sentir que le importo a alguien, para sentir el contacto sus dedos cálidos, sin embargo, mi anatomía añora aquellos dedos de hielo.

Me levanto de la cama a duras a penas, Daniel y yo nos hemos vuelto muy cercanos en estos días, yo prometí no hurgar en sus cosas y él prometió controlar su temperamento y darme libertad en toda la casa. 

Salgo de la habitación con pasos cansinos y lentos, y me dirijo a la sala de estar.

Los pasillos parecen más angostos que antes, ¿o es mi cabeza quien me juega una mala pasada?

ADAM (EN EDICIÓN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora