El infierno no se encuentra bajo nuestros pies, tampoco a nuestro alrededor, el infierno se encuentra en los ojos de aquellos que anhelan maldad.
Hace siglos, la revolución de los cielos se efectuó de forma brusca. Dios se vio obligado a exiliar a sus ángeles, aquellos cuyos corazones no se mantenían fieles a él. Les arrebató sus almas y los envió a este mundo banal como castigo a su traición.
Los ángeles caían del cielo con un rayo que hacía crujir sus huesos, sus amplias alas blancas se oscurecían con malicia y sus pieles eran talladas de la manera más dolorosa posible, les tatuaban dos amplias alas en la espalda y por la vergüenza, se veían obligados a ocultar sus verdaderas alas negras como carbón, sinónimo de deshonra, traición, exilio.
Con el tiempo aprendieron a vivir con los seres humanos, a quienes tanto aborrecían por siempre conseguir el perdón de Dios, y a ellos, los ángeles caídos, nunca se les había dado la oportunidad de retractar sus corazones.
Muchos de ellos se incorporaron a la vida humana como personas normales, buscando la aceptación de seres humanos, pensando que, a través de ellos, conseguirían el perdón. Otros sin embargo, se volvieron fríos, calculadores y con el paso del tiempo, a diferencia de aquellos que escogieron el buen camino, sus alas se fueron oscureciendo con más intensidad, sus corazones cargaban tanto odio que los tatuajes en sus espaldas se extendieron y el castigo se volvió eterno.
Ellos, los ángeles oscuros, viven rompiendo las reglas de Dios, vengando el día en el que fueron exiliados sin piedad.
Ellos no sienten nada, aprendieron que los sentimientos mundanos solo llevan a la traición, y ya no soportan más traición.
Aparentan ser normales, pero viven con una estaca clavada en sus pechos. No lloran, no ríen, no son felices.
Ellos quieren vengarse con los seres humanos, sabiendo que los hijos de Dios son su punto débil.
Ellos son peligrosos, solo saben hacer daño.
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ADAM (EN EDICIÓN)
Fantasía-¿Quién eres realmente? -le pregunto mientras mis piernas tiemblan a penas sosteniendo mi peso. Sus ojos se iluminan y por un segundo creo verlos cambiar con un brillo dorado. Instintivamente retrocedo, pero él me sostiene de la cintura, evitand...