Capítulo 1

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La odiosa melodía de la alarma interrumpió, una vez más, mis sueños con Chris Evans. Sin molestarme en abrir los ojos, me removí debajo de la seguridad de mis sábanas queriendo volver al fantasioso mundo donde el rubio me besaba.

Mis intentos fueron en vano ya que el ruido no cesaba, en medio de un bostezo estiré mi brazo hasta la mesita de noche, tomé mi teléfono y por fin le puse fin a la rutinaria tortura. Solté el móvil y me tapé hasta la cabeza haciéndome un bollito.

—Maldita escuela— Murmuré con la voz atrapada entre mis ropas de cama.

Ya era miércoles, y un nuevo año escolar comenzaba, definitivamente tres meses de vacaciones no me eran suficientes, necesitaba un año, mínimamente.

No habían pasado ni cinco minutos que alguien ya estaba llamando a mi puerta con entusiasmo. Hice silencio, intentando que aquella persona del otro lado se diera por vencida y me dejara tratar de seguir con mi fantasía junto al irresistible superhéroe, pero eso no pasó.

—Natalia, levántate. Te estamos esperando— La voz de mi madre se filtró por las orillas de mi puerta.

—Ya voy, mamá— Mascullé mordiéndome los labios.

Su puntualidad se me hacía exasperante a estas horas de la mañana.

Haciendo oídos sordos a mis palabras, Susana invadió mi privacidad sin sentir el más pequeño remordimiento. Aún bajo las mantas podía escuchar sus pasos, los cuales se dirigían hacia la ventana. Sin preguntar corrió las cortinas y dejó que los fuertes rayos del sol penetraran en mi habitación.

—Es el primer día, no querrás llegar tarde.

—¿Te sorprendería saber que eso no me afecta?— Cuestioné aferrándome a las telas.

Mi madre era una persona sumamente puntual para todo, siempre me pregunté por qué no habré heredado esa fascinación por la responsabilidad de llegar a tiempo.

—Dame cinco minutos más, solo cinco y me levantaré. Lo prometo— Mentí y apreté los labios ocultando la sonrisa que me delataría.

Un vigoroso tirón corrió las sábanas que me cubrían dejándome expuesta ante la repentina claridad.

—¡Mamá!— Chillé al sentir mis ojos arder, por la brillante luminosidad que se había alojado en mi cuarto sin mí permiso.

—Apúrate, te estamos esperando para desayunar. Tu hermano tiene hambre.

—Nick siempre tiene hambre— Me quejé poniendo los ojos en blanco. Como reacción a mis palabras, mi madre se cruzó de brazos e inclinó su cabeza hacia un costado —Bien, ya voy— Sin decir ni una palabra más, mi progenitora abandonó la pieza.

Generalmente, aunque odie hacerlo, me levanto sin hacer tanto escándalo en cuanto la detestable alarma suena ya estoy arriba. Pero todos mis primeros días de clases me pasa lo mismo, es como si mi subconsciente quisiera evitar que asistiera al colegio.

Después de dar unas cinco vueltas en la cama, me levanté y caminé, o mejor dicho arrastré los pies, hasta una silla, que más que silla, era un raro cesto de ropa sucia y limpia a la vez.

Me puse unos vaqueros gastados junto con una remera de tirantes blanca y me hice una coleta alta en el cabello. Agarré mi mochila y luego de una rápida visita al baño, me dirigí a las escaleras.

—¡Tengo hambre!— No había puesto un pie en la cocina que ya había escuchado a Nicholas quejarse —Al fin— Farfulló en cuanto me vio.

Y sin poder esperar ni un segundo más, comenzó a devorar el desayuno que llenaba su plato.

Siempre has sido túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora