Ni bien llegamos a casa, mi hermano se fue directamente a su habitación y dando un buen portazo, dejó en evidencia su mal humor. Desde que volvimos del parque que no había vuelvo a pronunciar ni una sola palabra, algo muy común en Nicky cuando se enojaba.
—¿Qué le pasó?— La preocupada voz de mi madre, me incitó a verle el rostro.
No quería mentirle, era mi mamá. Tampoco me agradaba la idea ocultarle cosas, mucho menos algo tan importante como lo que habíamos descubierto con su hijo más chico. Merecía saber la verdad, pero por algún motivo, decidí hacerle caso a mi hermano.
—Se peleó con una chica— Mentí rodando los ojos, intentando verme creíble.
—Con que mi bebito ya creció— Bromeó con un halo de melancolía por el rápido paso del tiempo.
—¿Cuándo fue un bebito?— Jugué arrebatándole una risilla que acompañé.
Para Susana, Nicholas era un santo cuando de relaciones y mujeres se hablaba. No era tonta, sabía que la vida sexual del oji-azul era activa, no obstante, a él jamás traer una chica y tocar el tema, decidió fingir que todavía era un crío. Si nuestra madre supiera cuantas fueron las féminas que compartieron las sábanas con Nicky, se desmallaría ante la cantidad. Sin embargo, mi hermanito siempre tuvo la decencia de recordar el nombre de cada fugaz amante y asegurarse de que ni una sola lágrima sea derramada por su particular forma de "amar". Nick podía ser mujeriego, pero jamás un patán.
Tras compartir un abrazo con la castaña que tenía por progenitora, besé su mejilla y subí a mi cuarto. Me saqué las zapatillas y caí de espaldas sobre el acolchado turquesa que escondía mis sábanas de Piolín.
Tantas cosas fueron las que me pasaron en un solo día, que las escenas se interponían entre sí dentro de mi cabeza. Para completar, tenía que ponerme a estudiar cuanto antes, en unos días tenía examen de Historia y lo que sabía sobre La Revolución Industrial era poco y nada.
Necesitaba tomarme un tiempo para pensar en cada cosa, así ya dejarían de atormentarme, o por lo menos no lo haría a la vez.
Exigiendo una reflexión inmediata, el rostro de mi padre apareció. Verlo después de casi cuatro años, sin duda fue algo raro y por demás incómodo. Todavía no entendía como es que tuvo la caradures de hablarnos como si nada hubiese pasado, después de habernos abandonado sin molestarse en mirar atrás. Por otro lado, seguía sin poder creer que Denise compartía mi sangre ¿En qué momento pasó de ser la exnovia de mi mejor amigo a mi media hermana? Me asqueaba de solo pensar que alguien tan fastidioso como ella pudiera ser mi familiar y el de Nick, quien varias veces había destacado el buen físico que la capitana de las porristas poseía.
El recuerdo de mi hermano haciendo comentarios sobre el físico de la rubia, hizo que una risotada personal inundara el silencio de mi dormitorio, haciéndome quedar como una perfecta maniática. Secando la lágrima de diversión que recorría mi mejilla, me senté y el amargo sabor de nacientes preguntas que jamás obtendrían respuestas, trajo de vuelta a mi serio semblante.
Tras ponerme de pie, me cambié la camiseta por una dos talles más grande y me deshice de los ajustados y calurosos jeans que traía.
La segunda cosa que revoloteó en mi cabeza durante todo el día desde que sucedió, fue el beso con Zac. El no saber como quedaron las cosas con él, me daba un poco de miedo. Es decir, no quería perderlo, temía porque el oji-amarillo sintiera algo que yo no podía corresponder.
Lo quería muchísimo y sí, las ganas que tenía por probar sus labios estaban volviéndome loca, sin embargo, no sentí más que un beso, uno bueno, pero nada extraordinario. No hubo mariposas, escalofríos, sentimientos y mucho menos, pasión. Su boca no me embriagaba, no me incitaba a querer más, a desesperarme por acariciarlo...
ESTÁS LEYENDO
Siempre has sido tú
Teen FictionTres vidas se cruzan, dos de ellas arrastran un latente pasado en común, la tercera es la llave que las conecta. Un amor inquebrantable ante cualquier circunstancia. Un hombre que sabe amar, en todas sus formas. Un amigo, no tan nuevo, que vuelve...